Konso-Yabelo, sagno 2 de Meskerem de 1999
Me despierto instantes antes de que el muecín comience su llamada, a través de los altavoces de la torre, convocando a los fieles a la oración matutina y noto con angustia cierta dificultad para moverme. Intento tirar de la sábana para taparme sin éxito. Poco a poco, según me despierto, me doy cuenta que estoy preso entre el colchón, cuyo áspero forro noto desagradable contra mi cara, y la sábana bajera en la cual me encuentro enredado. Solo Dios sabe como he acabado ahí. Me obsesiona el ojo derecho en el que ayer noche noté un pinchazo nada más acostarnos, así que librándome de mi inerte cancela me levanto y me dirijo al baño para observar detenidamente frente al espejo que el ojo no está inflamado. Respiro aliviado. Todo ese tipo de cosas, hinchazón repentina de un ojo, herpes labiales, quistes sebáceos que se inflaman de pronto, flemones, etc. me desequilibran y con cualquiera de ellos la seguridad en mí mismo que tanto necesito se desmorona como un termitero bajo una fuerte tromba de agua. Supongo que el ser propenso a todo eso es el castigo que he de pagar por mi excesiva coquetería de modo que en mi vida se pueden distinguir dos estados de ánimo perfectamente definidos, cuando tengo alguna deformidad en mi cara y cuando no. Esta profunda reflexión matinal deja de manifiesto mi naturaleza binaria. El muecín termina su llamada y como un mal presagio los ecos de su voz se apagan a la vez que los ruidos que provoca el aire que sale por el grifo del lavabo. Unos segundos de silencio y dos explosiones seguidas anuncian la inminente llegada del agua. Unos segundos más, unos minutos, un cuarto de hora... hoy tampoco hay agua. Marisol, en un alarde de flexibilidad increíble, salta del interior de la habitación hasta el pasillo exterior para interceptar a un muchacho que pasa por delante de nuestra puerta y le pide, si es posible, un cubo de agua para cubrir el gasto del lavabo, lo que nos permite al menos asearnos, y la cisterna, aún más importante. Mientras Marisol acaba de arreglarse, bajo para intentar desesperadamente conseguir agua,
—Not posible, not water —es todo lo que obtengo de esa pared de ladrillos con cargo de encargado.
Bien, las opciones se reducen. Repetimos ropa y asumimos otro día sin una relajante y purificadora ducha (ahorraré aquí por innecesario el añadido de agua caliente). Tal vez en Yabelo hacia donde nos dirigimos. Registro en el GPS la localización exacta del hotel St. Mary (N05º20.380’ E037º26.494 Alt1446m) mientras pienso que será difícil encontrar un alojamiento en peores condiciones que este. Esto es una ventaja que hará buenos a los hoteles que presente un aspecto y un servicio algo mejor. Abajo mientras esperamos a estar todos listos para partir compramos unas muñecas que a mí personalmente me dan mal rollo. A Marisol sin embargo le llaman la atención porque le recuerdan a las muñecas de budú e inexplicablemente le hacen mucha gracia.
Salimos de Konso por la misma carretera por la que llegamos ayer para visitar un poblado de la etnia del mismo nombre. A los pocos kilómetros tomamos un camino que sale a la derecha y que parece un camino agrario que se encuentra en pésimo estado. Zarandeados entre terrazas de cultivo primero y un tupido bosque después, llegamos a un claro presidido por un enorme árbol. Un chico corre, ovillo en mano, para desenrollar el algodón y colocarlo alrededor de dos palos clavados en el suelo a una distancia de unos veinte pasos. Del lado contrario una verja con una bonita puerta, realizada aprovechando un tronco retorcido por los años, franquea un poblado de chozas hacinadas y de las que solo podemos ver el remate de sus tejados, realizado con cántaros de barro. Se trata del poblado Geley Chaca donde Kumbi entra para gestionar la visita. Cuando sale nos dice que ha estado hablando con el rey de los Konso y este le ha dicho que tenemos que pagar si queremos ver el poblado. Kumbi nos explica que esta visita entra dentro de nuestro viaje y que ellos han pagado ya al patronato de turismo por ella. El rey, continúa Kumbi, dice tener diferencias con el patronato e insiste en que si queremos visitar el poblado hemos de pagar, independientemente de lo que hayamos pagado ya al patronato. Kumbi nos dice que podemos visitar cualquier otro poblado sin pagar nada y opina que aunque este es el más bonito, en los otros podremos ver lo mismo. Decidimos por unanimidad que por lo que se ve desde fuera merece la pena visitarlo y que Gustavo entre con Kumbi a negociar el precio e intente rebajarlo. El chico continúa su carrera ovillo en mano mientras un buen número de niños comienzan a rodearnos. Al rato sale Gustavo, el rey se mantiene fuerte en su posición. No obstante, como signo de respeto hacia nuestro delegado, decide indultar del pago a Gustavo. Menos es nada.
Entramos por la preciosa puerta y allí, tras una pared de piedra de un metro de altura, con aire solemne se encuentra el vigésimo primer rey de los Konso con su pequeño heredero, que ajeno a su futura responsabilidad nos observa curioso junto a él. Viste una especie de chilaba hasta los pies de color dorado con filigranas verdes en cuello, puños y bajos. Por encima de este una capa de color negro con forro de color verde e idénticas filigranas rematando el cuello. Durante un tiempo nos explica por encima distintos aspectos del modo de vida de la etnia.
Su reinado comienza en la transferencia de poderes que tiene lugar en el altar dispuesto para ello. A un lado el cuerpo momificado del anterior monarca y del otro el sucesor. Me ha parecido entender que antiguamente se mantenía al anterior monarca momificado diez años antes de hacer efectiva la sucesión, ahora ese periodo se ha reducido a unos meses. Una vez celebrada la transmisión de poderes se levanta en la aldea un palo muy alto que certifica este hecho. Es ortodoxo y esto no le permite tener más de una mujer con la que se casa y con la que tiene descendencia para perpetuar la monarquía. Mientras esto tiene lugar su vida transcurre en la aldea de la que no sale demasiado a menudo y cuando lo hace siempre lleva consigo un puñado de la tierra de su reino, simbólico vínculo con sus orígenes. No hay impuestos, a menos que seas turista extranjero, pero las cosechas del rey son las primeras en sembrarse y las primeras en recogerse. Si finalmente llega descendencia, el primogénito está llamado a ser el sucesor legítimo. En caso contrario esta recae en el hermano menor del rey en el caso de que no esté casado o lo esté sin descendencia. Si el hermano menor está casado y tiene descendencia el sucesor legítimo será su primogénito. Pasa la vida y el rey muere, se le momifica y se realiza una nueva transferencia de poderes tras los cuales se entierra la momia del antiguo rey. Se entierran en posición fetal, en alguna colina cercana, excavando un hoyo de tres metros de profundidad para después a partir de aquí horadar seis metros en horizontal hacia el corazón de la colina. Señalando el lugar se fijan los Waka, tótem funerarios llenos de simbología y protegidos bajo un techado de caña.
El hermano del rey nos lleva hasta el lugar donde se encuentran enterrados su padre, vigésimo monarca, y su abuelo, décimo noveno. Un palo tallado, su aspecto recuerda a una espina de pescado, marca exactamente el número que ocupó el monarca dentro de la actual dinastía. De vuelta al claro nos encontramos con un grupo de extranjeros disfrutando de un espectáculo de cantos y danzas locales. Desde un discreto segundo plano observamos durante un rato antes de subir a los coches y continuar el camino.
Volvemos a Konso y atravesando su centro neurálgico respiramos aliviados viendo el hotel St. Mary a nuestra espalda desdibujado por el polvo que levantan nuestros coches. Realizamos una última parada en el hospital antes de continuar. Las condiciones a todos los niveles son tremendas y los medios insuficientes. Aún así el responsable del centro enseña con orgullo las instalaciones con las que cuentan y que son capaces de mantener a duras penas con ayudas internacionales y del gobierno. La parte del grupo dedicada a la sanidad, todos excepto Luisa, que indirectamente se puede considerar también del gremio por su actividad en una ONG en Cuba, y Yo, salen de allí compungidos por lo que acaban de ver. A mí me parte el alma la mirada de la gente que espera fuera de cada uno de los barracones, una mirada que te atraviesa y en la que imagino cierta esperanza que se esconde tras el pensamiento de que, tal vez, estos extranjeros que nos visitan nos ayuden a tener una calidad sanitaria mejor. Es la dosis de humildad que en todos los viajes me golpea y acaba dándome un buen revolcón. Realizamos el recorrido hasta Yabelo en silencio, mirando por las ventanillas los caminos, las gentes, los animales y los cambios en el paisaje. Intento pensar, como lo hacía en la India, en las dos realidades paralelas que jamás llegarán a cruzarse pero que coinciden durante un tiempo efímero. Como en la India, pienso que la manera de ayudar es estar aquí y contar el viaje a nuestro regreso para animar a amigos y conocidos a visitar el país.
Yabelo nos sorprende y antes de llegar nos anuncia una mejora patente en forma de carretera asfaltada. Somos precavidos y no emitimos ningún juicio hasta que llegamos al hotel, a pesar de que la ciudad tiene muchísimo mejor aspecto que Konso. Finalmente el Yabelo Motel, a pesar del nombre, se nos presenta como un lugar recogido, de bonitos y cuidados jardines, con habitaciones muy decentes y espaciosas, agua caliente, luz a todas horas y bebidas frías, no frías a la manera etíope, frías de verdad. Y aparte de las bondades del motel, por fin tenemos cobertura después de ocho largos días. Habíamos hablado con Kumbi la posibilidad de acercarnos hasta el cráter de sal, Chew-Bet que traducido literalmente del etíope significa pozo de sal, pero es demasiado tarde. Se tarda una hora en llegar, más otra en volver y al menos dos entre bajar y subir para visitarlo. ¿A quién le importa? Tenemos que comer, agua caliente y un pueblo por conocer.
Decidimos, antes de nada, comer y nos sentamos en una agradable terraza frente a recepción a la sombra de unos árboles. Minutos después comienza a llover lo que nos obliga a trasladarnos a la terraza cubierta que cerca el hotel a orilla de la carretera, principal ruta de entrada a Kenia. Tardan horrores en traernos la comida y aprovechamos la espera para llamar a Estrella y a casa y dar novedades. Me quedo estupefacto cuando Marisol, tras las obligadas preguntas acerca del estado general de la familia y de informar que nosotros nos encontramos bien, se interesa sobre el estado de las obras del piso de Sonia. La pregunta de si habrá estado pensando en ello todo este tiempo me acecha amenazadora. ¿Tan difícil es desconectar? Para mí no desde luego. Por mi parte hablo con madre a la que le informo de nuestra situación y la oriento desde Addis para que pueda localizarnos en el Atlas de Aitor, pasatiempo que les encanta y que me encanta que les encante. Por supuesto no le pregunto sobre los canalones del pueblo, la pintura de la fachada, el cenador, el solado alrededor de la piscina ni nada que se le parezca y en su lugar prometo, si podemos, llamar en un par de días. Por fin llegan los platos pero no llegan todos los que hemos pedido. En concreto falta uno de cada tres. Marisol y Yo compartimos un steak peaper por obligación junto a dos cervezas y dos coca colas por lo que pagamos 52B.
Tras la comida disfrutamos con calma de las lujosas instalaciones. Nos duchamos, me afeito por primera vez desde que salimos de Madrid, ropita limpia y definitivamente nos transformamos en otras personas. Hemos quedado con Kumbi para que los coches nos acerquen al pueblo que está unos kilómetros antes del motel. Maite y Gloria se quedan el motel, Esme, a la que yo creía mal del estómago al verla en el poblado Konso bastante jodida, se viene. No para de mirarme y decirme que casi no me reconoce una vez afeitado,
—Míralo tu, parece un crío.
Como ya he dicho soy vanidoso y comentarios de ese tipo los agradezco infinitamente. El pueblo, entre dos luces, muestra un aspecto tranquilo. Los comercios languidecen y la gente pasea distendida. Arrastramos como de costumbre una cantidad considerable de niños que poco a poco van perdiendo interés y nos van dejando haciendo que disfrutemos mucho más nuestro paseo.
—My mother is dead. Please, help me —me repite machaconamente un chico ya mayor. Ante mi negativa decide marcharse.
Compramos una jarra para hacer café a una chica que lee un cuadernillo con problemas de trigonometría de respuesta cerrada con las soluciones ya marcadas. Estoy seguro que esta chica no será la última persona que lo lea y la cultura del reciclaje, impuesta por obligación en estos países, hará que circule de mano en mano mientras las grapas lo mantengan de una sola pieza y las hojas, ya negras por el uso, se puedan leer. La jarra nos cuesta 8B, le damos un billete de 10B y nos devuelve 1B. Aunque pudiera parecer que esta operación, poco ventajosa para nosotros, ha sido realizada por la chica merced a la destreza mental adquirida con sus estudios de trigonometría no es así. Un chico de unos 15 años que viste una camiseta del Arsenal es el artífice del juego malabárico donde un birr desaparece, cantidad que supongo equivale a su comisión. En premio a su vivacidad le regalo el otro birr.
Volvemos al motel para cenar. Previsoramente hemos encargado la cena cuando hemos acabamos de comer para evitar así esperas innecesarias. A las nueve cumpliendo el horario previsto comienzan a traernos la comida. Rony nos acompaña, los demás se han ido al pueblo a cenar. Tomamos un steak peaper, sopa, steak rebozado, dos St. George Beer y dos Mirinda por 82B. A Marisol le ha sobrado steak y con el mío habíamos comido los dos. En la terraza junto a la recepción la gente toma posiciones frente a un televisor que se encuentra protegido dentro de un cajón de madera con dos puertas que se cierran con candado mientras la televisión está apagada. Retransmiten la liga de campeones y Rony nos insta a ver el partido, oferta que rechazamos educadamente ya que mañana tenemos que levantarnos a las seis de la mañana para visitar el cráter de sal antes de visitar los pozos cantarines. Rony nos dice que verá la primera parte y luego él también se irá a dormir.
Estamos felices de cómo se está desarrollando el viaje. Lo de Konso casi no merece ni mención y Yabelo nos ayuda a olvidarlo por completo. Vuelvo a cargar el GPS para continuar almacenando las rutas que vamos haciendo, cargo la cámara de fotos, la de vídeo y ¡aún me sobran enchufes! Pese a que hemos tenido que aportar unos birr de más, no logro recordar la cantidad exacta, para visitar Geley Chaca ha merecido la pena. El precioso poblado, con sus chozas que se hacinan unas contra las otras, dibujando laberínticos senderos por los que perderse y retornar al pasado viendo las arcaicas pero eficaces herramientas para moler, las pilas fabricadas con una madera llamada wasa, las vasijas de bambú para almacenar el grano y las curiosidades sobre el modo de vida que el universitario monarca nos ha ido desgranando. Tan solo enturbia el día la pena que tiene Marisol por no poder comprar un Waka ni en Geley Chaca ni en Konso.
Las cuentas un día más quedan incompletas a la espera de que alguna noche me desvele sobresaltado con la cifra que tuvimos que pagar en concepto de impuesto por visitar Geley Chaca. Comer y cenar 107B y 10B más por la cafetera lo que hace un parcial de 17B a lo largo del día, 866,75B de suma total y 54,17Bpd (4,84€pd). Con la piel como la de un bebé caigo fulminado bajo la protectora mosquitera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario