martes, 5 de septiembre de 2006

Por los caminos de África.

Addis, sagno 30 de nehase de 1998



Son las siete y media pasadas, hora local, en el Aeropuerto Internacional Bole de Addis. Realizamos el trámite del visado sin complicaciones, según lo previsto, 20$ por cabeza tanto para turistas como para business y tránsitos, 17€ si no te quieres preocupar de llevar dólares. Yo por si acaso cambié 200$ en Madrid, creo que suficiente para cubrir todos los gastos de este tipo. De aquí, con nuestro bonito visado, sello incluido en nuestro pasaporte, salimos a recoger las bolsas que para nuestra sorpresa y agrado son las primeras en salir. Nunca, a lo largo de estos ocho años que llevamos viajando, nos había pasado.

Antes de abandonar esta zona del aeropuerto cambiamos dinero. Por primera vez en este viaje, gracias a la señora que nos atiende en la ventanilla del banco, tomo conciencia del ritmo de Etiopía y decido dos cosas, una frenar mi ritmo vital hasta equipararlo al del país algo que normalmente tardo más tiempo en hacer y la segunda, y más importante, decido no poner ni una sola hora más en este cuaderno porque realmente a partir de ahora el tiempo me importa un pito. El cambio a 11,1907 B/€ o lo que es lo mismo, por 400€ obtenemos la bonita cantidad de 4.476,28B, en realidad4.476 ya que los 0,28B se los queda la señora, mísera cantidad a cambio de la gran lección que de ella he aprendido.

Mientras Marisol hace un recuento rápido del dinero, quito, con bastante dificultad, el plástico que rodea las bolsas.

La parsimonia africana se apodera de nosotros y con ella salimos a la recepción del aeropuerto con cara de cansados buscando a nuestro contacto en Addis al que vemos detrás de un folio tamaño A4 donde reza: Marisol Estévez. Con una amplia y simétrica sonrisa nos recibe Kumbi quien nos da la mano suavemente, como es costumbre aquí, y con este simple gesto formalizamos el contrato por el cual se compromete a llevarnos durante algo menos de 18 días por el sur y el norte de su país. Le seguimos por el hall hasta la cafetería donde esperan, en corro alrededor de una mesa, cuatro mujeres y dos hombres desde hace una media hora según nos dice el más joven de ellos.

Fuera en el parking del aeropuerto nos esperan dos Toyota LandCruiser blancos con cuatros garrafas de gasoil en la parte trasera de la baca. Montamos y sin más tregua nos ponemos en ruta.

Apenas andamos unos kilómetros cuando paramos frente a un banco para que el resto del grupo, nosotros hemos salido con los deberes hechos, cambien dinero. Mientras esperamos grabo un poco y lo que veo, ínfima pincelada, es una ciudad sucia, caótica y a medio terminar, la típica ciudad de un país al que las vías de desarrollo se le están viniendo encima. Como digo esto es una primera impresión, y hay que tener en cuenta que Addis además de ser la capital Martes 5 de septiembre de 2006 de Etiopía lo es de la Unión Africana por lo está siendo sometida a un lavado de cara que dura ya algunos años. Hasta aquí hemos venido los dos conductores, el guía, un cocinero y nosotros ocho es decir 12 personas, pero durante el tiempo que estamos en el banco llega un tercer coche, igual que los anteriores pero de color azul oscuro. La distribución será como sigue: dos grupos de cuatro con un conductor en cada coche y en el tercer coche, el conductor, el guía y el cocinero. Nuestro coche se compone de un conductor que se llama Mesfin Haile, un matrimonio de unos 60 años, Luisa y Gustavo y nosotros dos. Según las indicaciones de Javier en la agencia respecto al grupo que realizaríamos el viaje esta pareja es completamente inesperada.

Paramos de nuevo en una gasolinera para abastecernos de agua, tal vez por la dificultad de encontrarla más adelante. Seis botellas por cabeza, 12 para nosotros dos, por un total de 42B (3.75€) tras lo cual ponemos rumbo a Arba Minch a unos 510 Km. La salida de Addis es para filmarla. Al más puro estilo kamikaze, no puede hacerse de otra manera, nuestro conductor se precipita por las calles frenando in extremis unas veces o acelerando sin contemplaciones otras. Gracias al Dios Ortodoxo, Alá, a las fuerzas anímicas de la propia naturaleza o a todos ellos juntos conseguimos salir a carretera abierta donde la densidad de cosas con las que colisionar, aunque no desaparece, disminuye considerablemente. Yo sufro mucho en coche, es más sufro mucho más que en avión por lo que la parada que realizamos me viene al pelo para poder estabilizar mi ritmo cardíaco. Repostamos gasoil y comemos algo. Tortilla francesa, una para los dos y dos tazas de té. Nos alarmamos cuando
vemos el agua turbia que nos traen para el té que viene en bolsa individual. Kumbi me dice que no es que el agua esté sucia si no que está especiada. En ese momento recuerdo lo que he leído en el libro de Javier Reverte —Los caminos perdidos de África— a cerca del te especiado. Oliendo el aromatizado líquido elemento descubro el sutil olor de la canela enmascarado con el potente aroma del clavo que me evoca recuerdos de infancia en forma de carne guisada con tan peculiar especie. Pagamos 18,75B (1,59€).

En una improvisada y rápida sobremesa Kumbi nos habla del origen de su acento cubano y para ello nos explica quienes fueron los niños de la guerra de los que también habla Javier Reverte en el libro que he citado antes. Por ello estudió en la Habana, por ello habla español y por ello trabaja de guía para grupos de españoles como nosotros. Segunda lección en un mismo día, la educación, y se demuestra aquí con hechos, es la clave para el desarrollo de un país. El mérito, hay que dárselo, es de la cooperación cubana con el régimen social-comunista, instaurado después de que la monarquía fuese derrocada, para resarcir a los huérfanos de militares fallecidos en la guerra con Somalia.

Continuamos viaje por el precioso paisaje que franquea la carretera, unas veces con exuberante follaje otras con delicados sembrados de teff, cereal base para la elaboración de la enyera, pan de masa fermentada y sabor ácido. Un verde intenso, casi saturado, un verde que sorprende por lo poco esperado, tal vez fruto de nuestra propia ignorancia sobre este país, es característica común a ambos. Yo no esperaba la Etiopía semi-desértica que estamos acostumbrados a ver en las noticias sobre las hambrunas que asolan de vez en cuando el país, pero tampoco me imaginaba esto, una tierra negra, esponjosa, de aspecto terriblemente fértil, preciosas praderas verdes donde cientos de animales pastan alternándose con las elegantes hojas de los plataneros, con interminables maizales todo ello arropando las diseminadas chozas de estructura circular a base de palos, revoque de adobe y cubiertas por un tejado cónico de paja. Un decorado idílico que la mayoría de las veces se completa con un cercado, de mayor o menor complejidad, que delimita y protege la propiedad. Espinos clavados, cactus sembrados, árboles, palos... un sinfín de cierres donde todo pertenece al medio y donde no existen elementos extraños que rompan la homogeneidad de esta bella estampa.

La carretera se encuentra salpicada de pequeños puestos improvisados donde se vende absolutamente de todo. Cierto criterio, como si de un zoco árabe se tratase, agrupa las mercancías y así comenzamos a ver gatos hidráulicos junto a llaves para aflojar las ruedas, cámaras parcheadas junto a cubiertas recauchutadas más de mil veces, bidones de plástico, forrados o no, junto al agua, frutas junto a las verduras, carne junto a un muchacho que sacude por el cuello, en el aire, una gallina mostrando así el género... Una reflexión de Marisol llama mucho mi atención,

—¡Fíjate lo que es una carretera para esta gente!

La gente en la carretera compra, vende, pasea, pastorea, juega, descansa, negocia, flirtea... la gente en la carretera vive.

Atravesamos Shashemene, ciudad cuna y capital no oficial de los seguidores del Ras, cargo que se les da a los gobernadores regionales, Tafari Mekonnen, hijo de un primo de Menelik II que se proclamó emperador en 1930 con el nombre de Haile Selassie I, El poder de la Trinidad, los rastafaris de Etiopía. Kumbi nos informa que vamos mal de tiempo así que decide comprar algo de fruta para comer en ruta y adelantar camino.

Oscurece casi al mismo tiempo que divisamos a lo lejos las luces, desparramadas en la colina, de Arba Minch. Intuimos el lago Abaya aunque no podemos verlo mientras cada vez el negro de la noche hace más difícil la conducción por la pista de tierra por la que circulamos desde que dejamos Shashemene. Tampoco los rebaños de vacas y cabras ayudan y lejos de disminuir aumentan en número tanto más cuanto más nos acercamos a alguna población. La gente aparece de pronto saliendo de la oscuridad que en pocos metros los devora de nuevo.

Llegamos a Arba Minch y nos dirigimos hacia el hotel. Subimos por una avenida de escasas farolas con una mediana pintada de color negro y blanco, escenario algo tétrico, donde nuestro coche decide pararse algo que nos esperábamos desde que comenzamos a subir. El tercer coche que tenemos detrás llega a los pocos minutos. Cambiamos el equipaje de un coche al otro y dejamos a Mesfin mientras nosotros continuamos hacia el hotel. Cuando llegamos al Bekelle Molla Paco ha realizado el registro para todo el grupo y tiene las llaves de todas las habitaciones. Estas son exactamente tal y como nos las esperábamos. Javier ha hecho un magnífico trabajo de concienciación con nosotros en cuanto a la escasa infraestructura hotelera del país. Al menos esta gente hace lo que puede con los recursos que tienen a diferencia de otros sitios en los que hemos estado y a los que se les supone gran bagaje en esto del turismo.

Nos deshacemos de las maletas y sin perder un segundo vamos a cenar. La noche es cerrada, de un negro intenso y no apreciamos las magníficas vistas desde la terraza del hotel que se ensalzan en Internet, ni siquiera las intuimos. Los demás esperan ya en la mesa, Gustavo y Luisa, con los que compartimos el coche, y Gloria, Esmeralda, Esme en adelante, y Paco que junto a Maite, que prefiere descansar a cenar y se queda en la habitación, conforman el segundo coche. Cenamos pescado con champiñones, pescado empanado, coca cola y cerveza. Cuando pedimos la cuenta nos traen solo el importe de las bebidas y todo parece indicar que la cena está incluida con la habitación. Según nuestro programa solo tenemos alojamiento y desayuno todo el viaje a excepción de los días de acampada durante los cuales hay pensión completa. La única explicación que se me ocurre es que hoy al no haber tenido desayuno nos lo hayan compensado con la cena. No le damos más vueltas y Gustavo paga lo de todos. Sin más nos vamos a dormir.

El día ha sido muy duro y prácticamente desde ayer a la una y media de la tarde que salimos de Madrid no hemos parado. Avión, largas esperas en los aeropuertos, algo más de nueve horas de coche... esto hace tambalear la resistencia física de cualquiera. Para colmo de la ducha apenas cae un hilo de agua caliente la cual mezclamos con mucho mimo con la fría para al menos quitarnos el polvo de la segunda parte del camino. La dureza del día va pareja a la intensidad de lo visto y vivido. Hemos descubierto los caminos de África, esa médula espinal por donde la vida fluye con fuerza por el día y se desdibuja lentamente en el atardecer.

Desde que hemos puesto el pié en Etiopía hemos pagado 60,75B más los 40$ del visado que no tendré en cuenta para la media diaria. Es decir 30,38B (2,71€) por persona y día, en adelante Bpd.

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