Jinka-Dimeca-Turmi, sadus 4 de pagumen de 1998
La noche es menos infernal que la de ayer. Con todo y con eso, los locos gallos etíopes cantan sin ninguna medida del tiempo que, desde un punto de vista lógico, se pudiera cuantificar. Todo lo contrario que mi enigmático compañero de acampada cuyos ronquidos, respetuosos con el compás, son rítmicos a la vez que potentes. Podría, por ejemplo, tomarme el pulso midiendo el tiempo con un número determinado de ronquidos. Aire, lluvia y ruido de hojas, que golpean primero para deslizarse después sobre la lona de la tienda de campaña, forman el coro que completa esta estridente opereta.
Rony, Kumbi, Mesfin y Kebede recogen las tiendas entre risas contagiosas que suponemos afloran al recordar anécdotas pasadas. El que más ríe con gran diferencia es Kumbi al que acompaña en todo momento Rony con su buen humor, otro punto de semejanza con el futbolista, y su canturreo fácil acompasado con divertidos pasos de baile a los que acompaña en todo momento con un peculiar movimiento de hombros. Mientras, el olor del café escapa de la cabaña y provoca en nosotros el mismo efecto que el tintineo sobre un triángulo para llamar al rancho. Ayele con su delicadeza habitual reparte una por una las deliciosas tortitas, sorpresa culinaria del día, con caramelo que nos aportará la energía suficiente para soportar otro duro día en ruta.
Nada más salir, en Jinka, paramos en el banco para cambiar billetes grandes por billetes pequeños. Accedemos desprovistos de las cámaras por exigencias de la seguridad de la entidad. Dentro encuentro a Efrén, un muchacho con el que estuve hablando ayer mientras grababa el aeropuerto, impecablemente vestido con vaqueros y una reluciente camisa blanca recién planchada esperando para realizar alguna transacción. Kumbi se las arregla para que nos atiendan aparte de modo que no tardamos mucho en salir y ponernos en camino.
Salimos hacia el mercado de Dimeca donde comeremos después de visitarlo, y para ir hasta allí tenemos que retroceder hasta Key Afar. Nada más salir de Key Afar tomamos el desvío hacia la derecha dejando a la izquierda la carretera que conduce hasta Konso. El paisaje poco a poco torna en color, el albero de la arena va ganando terreno al verde y en porte, el monte bajo a los eucaliptos y plataneros. Hacemos una parada técnica antes de acometer la segunda parte del camino, un camino salpicado de una diversidad étnica que nos asombra. El número de personas que caminan por la carretera, su diversidad, vestimentas y adornos aumenta a medida que nos acercamos al mercado. Un niño de apenas dos años luce un cuerpo con formas geométricas pintadas en blanco y con cara de alucinado muestra a nuestro paso su diminuta palma animado por su madre.
El mercado nos recibe con un corro de una treintena de mujeres sentadas junto a grandes vasijas de barro oscuro donde almacenan la cerveza local. Usan delantales y faldas de piel de cabra que rematan con cuentas de vistosos colores o conchas marinas blancas. De su pelo, con diminutas trenzas como las de las Banna, escurre una especie de barro que hace que brille con un intenso color rojo. Este color lo produce una tierra roja, asile, que mezclan con distintos ingredientes, entre los que destaca la manteca de cabra, hasta conseguir el barromascarilla. Junto a ellas, la inseparable calabaza vaciada que utilizan de recipiente donde guardar las provisiones que van comprando. Continuamos por una explanada en ligera bajada con puestos alineados haciendo calles donde se venden cáscara de café, alpargatas hechas con neumáticos, asile, cerveza local, calabazas, cuentas para adornos y muchas cosas más. Quienes venden son mujeres y los hombres mientras tanto se dedican a pasear por el mercado cultivando las relaciones sociales con sus cortas faldas y sus collares multicolores que representan ritos ceremoniales superados y su característica cartuchera reconvertida en monedero. La etnia predominante aquí es la Hamer aunque también se puede ver algún que otro Karo de los que nos llama la atención sus sofisticados peinados, aunque tal vez debería decir tocados.
Después de dar un par de vueltas por el mercado, intentando captar a escondidas alguna que otra buena imagen, compro a una de las vendedoras de asile una medida de su llamativa tierra por 2B que guardo cuidadosamente en una bolsa de plástico. Gracias a esta transacción y a unos pocos sugus que le damos sacamos una foto sin demasiados agobios. Hay que andar con mucho cuidado y respeto ya que en general tienen malas pulgas. Puedo entender que les moleste que les enfoques con la cámara e intentamos evitarlo, pero incluso nos han recriminado, cuando hacíamos carantoñas a un bebe, para que nos fuésemos y le dejáramos tranquilo.
Pero el mercado de Key Afar fue una gran escuela y aprendimos muy bien parte de la lección. Caminamos rodeados de niños a los que no hacemos caso por más que insistan en saber nuestro nombre y de dónde venimos y cuantos años tenemos y que si son estudiantes... aunque nos duele el alma permanecemos inalterables y al margen ante sus insistentes preguntas.
Interrumpimos la visita para comer. Hemos quedado con Kumbi en el patio de un pequeño local en un extremo del mercado. Se encuentra cerrado lo que nos da cierta intimidad mientras comemos pero no impide que tanto en la ventana como en el marco de la puerta permanezcan apostados niños que miran atentos todo lo que hacemos. Alguno de ellos se lleva algún coscorrón por parte de los adultos que quieren pasar al bar. Ayele nos ha preparado arroz, muy especiada y algo seca pero de rico sabor, y plátanos. Bebemos una cerveza y una coca cola y en algo más de media hora estamos listos para continuar con una de las dos opciones posibles: volver al mercado y dar una última vuelta, opción a la que nos apuntamos Luisa, Marisol, Gustavo, Paco y Yo, o ir con el coche que va por delante para ir montando el campamento, opción a la que se apuntan Esme, Gloria y Maite. Ellas se van con Kebede mientras que nosotros nos quedamos con Mesfin y con la importante misión de llevar la cabra que han comprado para cenar mañana, y celebrar la última noche del año etíope, por 240B, unos 22€. Antes de la comida hemos estado perfilando las posibles compras por lo que ahora vamos directamente a los puestos donde tenemos a medio regatear una calabaza. Consigo en la transacción una punta de flecha que guardo dentro de mi recién adquirida calabaza que se estrena así como bolsa de mano biodegradable. Un poco más arriba una mujer Hamer nos ofrece un par de pulseras de cobre de las que lucen tanto los hombres como las mujeres a lo largo de todo su antebrazo. Se las compramos por 4B (0.36€). Se las quita, nos las entrega y las deposito en mi flamante calabaza, gesto que arranca una gran sonrisa a la mujer. La calabaza la hemos comprado por 25B (2.23€) y la punta de flecha por 5B, unos 0,45€.
A estas horas pasear por el mercado se vuelve relajante, lo que nos permite empezar a disfrutar de la riqueza étnica de este país. Incluso hablar con la gente es factible aunque nunca hay que olvidar unas normas básicas de respeto, gesto este ante el que ellos reaccionan de forma muy positiva. Salvo un par de excepciones en las cuales es posible comunicarnos en inglés, la mímica es el único medio de comunicación. Esto crea situaciones verdaderamente cómicas que hacen que en determinados momentos pierdan el aplomo y se relajen.
Antes de salir hacia el camping pasamos a recoger nuestra cabra que Mesfin, ayudado por un par de chicos uniformados, ata convenientemente en la baca del 4x4. Los soldados se muestran muy simpáticos a lo que respondemos regalándoles un Bic, que sin duda agradecen, a cada uno. Pendientes de la cabra en todo momento, vigilando la sombra que proyecta en la pista de tierra, nos dirigimos hacia Turmi. Cada bache que el coche badea es balado por nuestra cabra con el lógico retardo. El cuadro arranca sonrisas entre la gente que camina por la pista que poco a poco regresan de vuelta a sus aldeas. Pero esta situación divertida para nosotros es estresante para la cabra y la mezcla de estrés, y posiblemente pánico, hacen que defeque hacia mi lado y se orine hacia el lado de Gustavo con tan mala suerte que, mientras yo veo caer las cagarrutas alejándose del coche por acción del aire, el orín por efecto de ese mismo aire se cuele por la ventana de Gustavo directamente sobre sus pantalones. La cosa queda ahí hasta que llegamos al campamento donde antes de bajar del coche Gustavo, notando la humedad en su pernera, abre la puerta y suelta un sonoro
—¡¡Puta cabra!!
El campamento de Turmi es más grande que el Camping Rocky de Jinka con más duchas y más lavabos y más baños... pero eso no quiere decir que tengamos menos problemas a la hora de ducharnos y lavarnos y aliviarnos ya que paralelamente también hay más clientela, entre los que, según nos cuenta Gloria, hay un grupo de trece españoles. Marisol dice que también es más africano, más auténtico, algo que se aprecia en las fotos, especialmente al amanecer y al anochecer cuando las acacias se recortan sobre el precioso y limpio cielo color azafrán. Todo está preparado, Mesfin baja la cabra y el pinche de Ayele, un joven de etnia Hamer y complicado peinado, la ata junto a otras cabras a las que presuponemos idéntico final que el que tendrá la nuestra. Nosotros por nuestra parte comenzamos el rito diario de colocar maletas, preparar la ducha, sacar la ropa para mañana y colocar el interior de la tienda. La parte más importante del rito es la ducha común a la que le hemos cogido gusto y la que exige gran precisión de movimientos y una estricta organización para que el metro cuadrado del que disponemos no se convierta en un caos mezcla de ropa sucia y ropa limpia.
Camino de la ducha nos paramos a hablar con una pareja de españoles a los que se les ve muy jóvenes. Pertenecen al grupo de los trece y esta es su última noche aquí. Nos cuentan como les ha ido hasta ahora y nos preguntan si iremos a ver la ceremonia del salto del buey. Kumbi, muy a su pesar, ya que él quería darnos una sorpresa, nos habló en Konso a cerca de la ceremonia y nos dijo que haría todo lo posible porque acudiéramos a una. La joven pareja, fruto de su excitación por haber sido testigos de excepción de un salto, nos revientan aún más la sorpresa y nos hablan de los bailes y las flagelaciones momento en el que parecen darse cuenta de su error y en el que ambos deciden que no van a contarnos nadas más, quieren que nos sorprenda tanto como les ha sorprendido a ellos.
—Solo os diremos que nosotros pensábamos que era una turistada y nos hemos quedado alucinados —nos comenta ella con el pelo aún mojado tras la ducha.
Agradecemos su prudencia y respeto por nuestro derecho a descubrir y ser sorprendidos y nos vamos a la ducha. Después de ducharnos, con agua tibia que nos sabe a gloria tras las gélidas duchas de Jinka, coloco las nuevas compras en una bolsa aparte para intentar que lleguen a Madrid enteras. Meto todo lo que puedo dentro de la calabaza que de momento, por tamaño, coincide con todo lo que hemos comprado. Trasmito a Mesfin mi preocupación por la naturaleza frágil del contenido de dicha bolsa con la absoluta seguridad de que a partir de este momento la tratará con gran mimo y delicadeza.
Poco a poco oscurece en Turmi y todo en el campamento se va desdibujando. Unos minutos después el ruido del generador enciende la bombilla de la cocina que ilumina la pequeña estancia en auxilio de Ayele, y la que hay enroscada en el árbol junto a la mesa donde estamos sentados esperando por la cena. En ese mismo árbol hay un enchufe que nos vemos obligados a compartir para recargar nuestras baterías. Tenemos suerte de tenerlo a nuestro lado. Gustavo y yo hemos buscado otros por el campamento sin éxito y cuando hemos preguntado a los responsables donde podíamos cargar nuestras baterías nos han despachado al pueblo sin contemplaciones.
Cenamos, como viene siendo habitual, a base de crema y pasta con la exitosa —salsa Ayele— de la que damos buena cuenta. Después hacemos una agradable sobremesa hasta que la luz se corta cuando aún Ayele y su ayudante se encuentran sumidos en la tarea de recoger y lavar los platos. Nos retiramos a las tiendas, y una noche más ruego a Dios poder dormir algo. Mal augurio que nada más me acomodo en el saco oigo los pasos del vigilante y lo imagino a medio metro escaso de mi cabeza, vigilando mi vigilia y el descanso de mis compañeros en especial de ese compañero que sorprendentemente ya resopla con precisa cadencia.
Un día apasionante. Poco a poco vamos cogiendo el pulso a los mercados y por ello empezamos a disfrutarlos. El de Dimeca resulta espectacular, no por su variedad de etnias sino más bien por todo lo contrario. El gran número de individuos Hamer todos juntos reunidos lo hace homogéneo en el color, predominantemente rojo, y el olor, a cabra fruto a partes iguales de sus pieles y de la manteca, usada para la elaboración del ungüento para el pelo. Este fondo se ve salpicado por frágiles pinceladas de colores vivos que aportan las cuentas en las faldas y las conchas en los petos. Me gusta esta etnia. Marisol sabe lo mucho que me gustaría hacer un viaje por Namibia, Bostwana y Zinbawe, entre otras cosas por ver a los Himba, etnia que habita en el norte de Namibia. Antes de dormir, en la tienda, le hago una confesión:
—Mari, me han impresionado tanto los Hamer que ya no me importaría no ver jamás a los Himba.
—La verdad es que son impresionantes. Venga,intenta dormir.
Mentalmente hago cuentas de lo gastado durante el día. En bebida 22B y 36B más de los recuerdos, 58B que sumados al total hacen 256,75B, 25,68Bpd (2,29€pd).
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