viernes, 8 de septiembre de 2006

Mursi contra Bodi

Jinka, hamus 3 de pagumen de 1998



Desde la posición elevada del improvisado comedor veo la fogata aún humeante y a nuestros conductores que se desperezan poco a poco. La noche en la tienda de campaña tal y como preveíamos ha sido horrible. He pasado algo de frío y el liviano colchón de espuma no ha sido suficiente para dulcificar la dureza de la madre tierra. Mención aparte merecen los gallos, algo locos en esta latitud, que vomitan sus histéricos cantos a cualquier hora. Cada canto enciende en mí la ilusión de que por fin sea la hora, para descubrir con creciente desesperación que en realidad son la una, las dos, las tres y media... Ahora mismo son las siete, hace una hora que amaneció y sin embargo ellos siguen con sus cantos al que siguen las alocadas réplicas de sus compañeras. Alguno de mis compañeros de acampada ronca, descarto a Esme y Maite, demasiado lejos para tan sonoros ronquidos, y aunque ello contribuya definitivamente a no poder conciliar el sueño, me consuela la posibilidad de que también moleste a los malditos gallos.

A intervalos ha estado lloviendo. Ahora se ha levantado una agradable brisa que trae consigo olores, a tierra mojada y a delicioso café recién hecho. Nuestros compañeros acuden cual zombis a la llamada sorda y todos juntos sentados en la mesa vemos como se despliegan sobre ella las humildes viandas: mermelada, quesitos, omelette... magnífico desayuno que nos sabe a gloria. Echamos de menos el bacon pero Kumbi nos explica, es su obligación, que según el Antiguo Testamento no se deben comer animales que no rumien y cuyas pezuñas estén partidas. Por esta razón el cerdo no goza de su simpatía, y esa debe ser la razón por la que, en estos caminos donde todo cabe, no hayamos visto un solo cerdo en lo que llevamos de viaje. Kumbi se declara Cristiano Ortodoxo no demasiado practicante, es decir come cerdo.

—¿Jamón? Claro que como jamón, está buenísimo —nos dice con socarronería cubana.

Salimos hacia el poblado de los Mursi en el Parque Nacional de Mago al que se accede poco después de atravesar el río Neri. Si creíamos haberlo visto todo en lo que a malos caminos se refiere estábamos muy equivocados. Nada más pasar la raída cuerda que protege la entrada al parque, la mullida pista de tierra batida asciende por una colina para precipitarse después hasta el fondo de un valle. Nos vemos obligados a cerrar las ventanillas del coche para evitar así la entrada del más violento depredador con el que hemos topado hasta ahora: una especie de tábano. Se cuelan dentro del coche y sin más preámbulos comienzan a morder violentamente. Incluso a través de la ropa dejan su impronta. Finalmente, gracias a la habilidad de Mesfin y al sombrero de Marisol, logramos reducir su número y continuamos viaje en una tensa vigía, con las ventanillas subidas y un aire acondicionado que no es suficiente para poder refrescar un habitáculo excesivamente caldeado. Marisol lo pasa mal y apunto está de marearse justo en el momento en el que llegamos.

Kumbi nos habló ayer sobre lo agresivos que se ponen los Mursi cuando los grupos de turistas les visitan, pero estamos tan agobiados por el calor que nada más llegar al poblado salimos del coche ansiosos por respirar y lo último que pensamos es en el más que seguro acoso de los Mursi, por cierto ¿dónde están los Mursi? Dos hombres armados, uno joven y otro mayor, unas tres mujeres y cinco o seis niños es todo lo que sale a recibirnos. Sentados a la sombra de un gran árbol hay dos chicos y una chica con una cámara dispuesta sobre un trípode, todo ello de aspecto muy profesional, frente a ellos. Kumbi viene con malas noticias después de hablar con el joven armado. Al parecer conflictos entre los Bodi y los Mursi han ocasionado dos muertos de estos últimos, lo que ha desencadenado en una guerra tribal. Y en eso están, en algún lugar del parque pegándose tiros los unos a los otros.

Los dos chicos y la chica, australianos, resultan ser del National Geograpic Channel y están aquí rodando un documental sobre Etiopía. Después de pasear por la aldea y tirar un par de fotos charlamos con ellos de lo que nos gusta su trabajo, lo que nos gusta su revista y que gracias a un reportaje del número de julio del 2001, —Guardianes de la fe. El legado vivo de Aksum—, sobre el reino de Axum y las iglesias excavadas en roca de Lalibela, Marisol y yo estamos aquí. Me emociono tanto que no puedo menos de hacerme una foto con ellos. Por supuesto todos los niños que nos rodearon nada más llegar se colocan alrededor nuestro para salir en la foto y poder así cobrar unas monedas. En cuanto Kumbi les hace saber que no pagaré ni un solo birr, salen corriendo como alma que lleva el diablo, todos excepto uno, reticente a abandonar el regazo del chico.

Los viajes tienen estas cosas. Posiblemente los Mursi sean la etnia más conocida y más espectacular de Etiopía y nosotros no los veremos. Dejamos el poblado y a los chicos del NGC para emprender el camino de regreso. A pocos kilómetros paramos en la carretera en lo que parece ser una especie de puesto fronterizo, un control que protege el poblado. Hay más Mursi, tanto hombres como mujeres dispuestos para la foto. Solo Dios sabe que me pasa por la cabeza para no sacar la cámara de vídeo ni querer tirar fotos a las que posiblemente sean las últimas Mursi que veremos. Esme cámara en mano comienza a grabar a las mujeres enseñándoles el resultado a los hombres que entre risas van señalando a la que va apareciendo en la pequeña pantalla. Siento una envidia sana de lo bien que se lo ha montado y de como se los ha camelado. Quedamos en que me mandará una copia del CD para tener algo que editar.

Paramos a comer en pleno parque Mago, en una choza restaurante que ya no nos sorprende, unos deliciosos sándwich que Ayele ha preparado mientras desayunábamos. Pagamos la bebida como viene siendo habitual, cerveza marca Harar y Mirinda a la que Marisol se está aficionando y con la que está traicionando a su amada Coca Cola. Hay un pequeño museo de los horrores con decenas de osamentas en muy mal estado, pieles de serpientes no mucho mejor conservadas, tarros con alcohol que conservan reptiles, fotografías deslucidas de antiguas cacerías, objetos tradicionales como lanzas, flechas, arcos... y un libro de visitas donde doy fe de nuestro paso por allí y donde anoto la dirección de mi página Web. Al fondo los servicios, rápida visita y a los coches que ya esperan calentando motores.

Volvemos a Jinka donde visitamos el poblado Ari junto al camping. Dejamos los coches en la carretera y nos adentramos por un camino rodeados de plataneros donde poco a poco vamos acumulando niños que tímidamente comienzan a hacernos las típicas preguntas, ¿Cómo te llamas?, ¿De dónde eres?, ¿Cuántos años tienes?

El poblado se encuentra en un claro y tan solo distingo una calle principal desde la que, a izquierda y derecha, se accede a las chozas, en su mayoría, y alguna que otra construcción más elaborada. Una de estas es la casa de nuestra anfitriona en la ceremonia del café. Una chica, muy guapa de gestos delicados y elegantes, comienza a elaborar el café. Primero tuesta el grano verde en un plato metálico apoyado sobre tres topes de cerámica que cercan el fuego. Una vez tostado lo muele en un mortero de madera. La cafetera, que contiene el aromático polvo y agua, vuelve al fuego. Tapa la boca superior con una pequeña piedra redonda y mientras se hace lava cada una de las tazas y coloca dentro una hierba local de sabor desconocido para mí pero muy agradable.

—Ves tú, cuando comience a salir vapor por los dos orificios al tiempo estará listo —nos instruye Kumbi.

Paco pregunta a la chica si se quiere ir con él a Barcelona, ella contesta que si, le gustaría, pero antes tiene que acabar sus estudios. Todos coincidimos en que la niña es un tesoro, guapa, trabajadora y responsable e instamos a Paco a que no debería dejar pasar una oportunidad así. Promete pensar en ello.

Camino de la herrería veo a un chico que lleva un cuaderno doblado en el bolsillo de la camisa. Le pregunto sobre el y me lo ofrece para que lo vea. En él hay frases escritas en inglés y ejercicios de aprendizaje. Me dice que es estudiante y que de mayor quiere ser el maestro del poblado. Lo aparto del resto y disimuladamente le doy uno de mis rotuladores de viaje pidiéndole que lo use para estudiar y llegar así algún día a cumplir sus sueños. Me contesta con una mirada cómplice. A partir de ese momento se mantiene a cierta distancia sin quitarme la vista de encima. Cada vez que le miro me devuelve el mismo gesto de agradecimiento por el pequeño tesoro.

Encontramos al herrero trabajando bajo un techado de paja apoyado sobre postes de madera de algo más de un metro de altura. Un pellejo de cabra, acoplado a un saliente del suelo, hace las veces de fuelle para elevar la temperatura del fuego y poner el hierro al rojo lo que facilitará el trabajo de modelado. Una vez realizada la pieza metálica, fabrica el mango de madera perforándola con un punzón al rojo que provoca una gran cortina de humo blanco, tal vez debido a que la madera aún está verde.

En otra choza una mujer, en apenas diez minutos, nos modela en barro un plato de injera listo para ser cocido en el horno. Dejamos a Kumbi que cruza unas palabras en tono alto con ella al parecer porque no está conforme con el dinero que le ha dado y le pide más por su rápida demostración.

Camino del coche un niño llora desconsolado y solo en medio de la calle del pueblo no sabemos por qué. Marisol intenta consolarlo, verbalmente a falta de sugus, que están en el coche, con poco éxito y con pena nos alejamos mientras su amargo llanto se desvanece con la distancia. No es frecuente ver llorar a los niños aquí, es más yo diría que es el primero que vemos llorar. Se caen, se pegan, les pegan, pero no les verás llorar. Aquí hay que ser fuerte y ser niño no es ningún pretexto.

Nos acercamos hasta el pueblo, al hotel, para intentar conectarnos a Internet. Justo frente al hotel la pista de aterrizaje del aeropuerto de Jinka, usada semanalmente. Mientras llega el día, vacas y niños rumian la verde hierba y juegan con una improvisada pelota de trapos respectivamente. La cerca de color azul y blanco en esta esquina está en el suelo. Del otro lado dos grandes antenas de comunicaciones ven pasar el tiempo mientras esperan la llegada de la siguiente avioneta. Quizás la visión de este aeropuerto aún reciente hace que no me sorprenda cuando Gloria me dice que lleva más de diez minutos esperando a que se abra la página de su correo electrónico. La conexión a 52K es lo único que hay en muchos kilómetros a la redonda y eso es lo único que explica su precio desorbitado. Gloria desiste y Gustavo explica al muchacho al cargo que no hemos de pagar por un servicio que no se nos ha dado. Nos olvidamos por el momento de Internet y nos relajamos en la terraza del hotel tomando unas cervezas. Aprovechamos para hacer cuentas de lo que tenemos que pagar cada uno por la visita al poblado Ari. Tocamos a 25B por pareja.

La ducha, obligada después de la dura jornada, se convierte cada vez más en un verdadero suplicio. El agua está muy fría y no hay luz por lo que nos tenemos que duchar un día más a la luz de la linterna. Marisol y yo lo hacemos juntos para ahorrar tiempo y batería. Después de vestirnos con la ropa que usaremos mañana y dejar la tienda preparada para la noche nos vamos a cenar. Hoy Ayele nos tiene preparado una crema de champiñones, macarrones y naranja de postre. Una vez más Ayele nos sorprende por la exquisitez de sus platos y por ese punto picante, sabroso pero justo, que imprime a su cocina. Después de cenar tomamos té y café, los más valientes, mientras escuchamos a Kumbi contar con sobrada gracia las desventuras de Kabede, el conductor de Paco y compañía, con cabras y otros animales. Los animales aquí tienen derechos y si tropellas a uno lo pagas, este sano, enfermo o a punto de expirar su último aliento. Por eso, con tantas anécdotas sobre los atropellos de Kabede, uno imagina Jinka cubierta de carteles donde con grandes letras se recomienda a la gente que encierre a sus animales sanos y deje sueltos a los enfermos por que Kabede ha llegado a la ciudad.

En eso estamos cuando llegan una pareja de españoles de Barcelona y Andorra. El trabaja para Kananga como guía en Uganda y se ha cogido unos días para visitar Etiopía con su chica. Nos cuenta un poco por encima en qué consiste su trabajo y como son los viajes con Kananga, algo que me interesa mucho por ver si logro convencer a Marisol, aunque después de un día en tienda de campaña estoy empezando a reconsiderar seriamente los viajes-acampada. Todos escuchamos hasta que decide hablar sobre ritos ancestrales de Etiopía, en concreto sobre el Donga, momento en el cual Kumbi, amablemente le corrige explicándole el fin último del Donga: el matrimonio, no celebrar una buena cosecha. Kumbi toma la palabra y nos explica en qué consiste y que etnias lo practican, en su opinión para ver un buen Donga hay que verlo en la etnia Surma, aunque etnias como los Mursi también lo practiquen. El reportaje —Los expresivos Surma de Etiopía— de la revista de National Geographic de febrero de 1991, Pág. 38, habla de esta fascinante etnia.

Agotados físicamente decidimos retirarnos a dormir. Espero que el cansancio acumulado sea el mejor de los somníferos. A la espera de saber cuánto ha sido el gasto en bebidas a lo largo del día anoto los 29B por la visita y las dos fotos en el poblado de los Mursi. Esto eleva el total a 198,75B, 24,84Bpd (2,22€pd).

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