Awasa-Addis, rabue 4 de meskerem de 1999
Hoy es el primer día con agua verdaderamente caliente en la ducha, una auténtica maravilla. Anoche cuando volvimos de la cena imaginé la noche librando una encarnizada batalla con los mosquitos locales, una batalla perdida de antemano. No sé si el mérito es de la mosquitera o del Aután presente en nuestro cuerpo, de la adaptación al medio o la limpia y estudiada entrada en la habitación, milésimas de segundo con la luz apagada, pero el caso es que hemos pasado la noche sin incidentes y lo que es más importante con un recuento de picaduras de resultado nulo.
Desde la ventana del cuarto de baño, a través de una mosquitera completamente ajada, sutil invitación a mosquitos sedientos de sangre, puedo ver el sol que perezoso intenta desembarazarse de las nubes en su ascenso matinal y anuncia a gritos un espléndido día. Del otro lado de la puerta, decenas de pájaros entonan cánticos y nos recuerdan, como cada día, lo lejos que estamos de la rutina.
Nuestro equipo ha dormido fuera, en la ciudad, y puntuales como un reloj se dejan caer por el hotel para recogernos. Desayunamos en una terraza, al amparo de enormes árboles, junto al lago del que solo notamos el frescor de sus aguas y el acompasado mecer de sus pequeñas olas contra la orilla. Los camareros aquí tienen mucho boato, en equilibrio con las magníficas instalaciones que cuentan incluso con unas olvidadas pistas de tenis que en otro tiempo dieron categoría y prestigio al establecimiento.
Dejamos atrás nuestro elegante hotel y nos dirigimos hacia el mercado de pescado atravesando toda la ciudad. La calle principal, es una pista de tierra prensada con elegantes casas a los lados a las que se accede a través de los pequeños jardines en la parte delantera. Antes de llegar al mercado, paramos en una gasolinera para tanquear a 5,15 birr por litro de diesel, es decir unos 0.46 €/l.
El mercado es una verde pradera a orillas del lago, salpicada de unas cuantas rocas que los niños aprovechan a modo de tabla para limpiar, despiezar y amontonar los trozos de pescado que les traen desde las barcas, a estas horas varadas junto a la orilla. Algo más adentro, las raíces de los árboles salen del suelo retorciéndose para volver a hundirse profundamente en la esponjosa tierra. Y entre ellos bandas de Marabús se pelean violentamente por los despojos que los niños no paran de tirarles con el fin de atraerlos hacia nosotros para que los fotografiemos. Una vez lograda la foto de estos, en mi opinión, ruines y feos pájaros los niños no cejaran en su intento de conseguir algún que otro birr por acercarnos a tan desagradable ser. Como el resto del viaje aquí también son muy reacios a dejarse fotografiar y grabar en vídeo, una pena, ya que vemos chicos que con una habilidad endiablada despiezan el pescado haciendo montones de espinas, lomos y todo aquello que no vale y de lo que darán buena cuenta no solo los marabú, también los pelícanos, hamerhead y demás fauna. Otro chico, introduce el dedo gordo de su pie en la boca del pez gato para sujetarlo y de esta manera trabajarlo con destreza y su afilado cuchillo curvo. Este entorno idílico me lleva a comentar con Ayele la posibilidad de montar un restaurante de pescado, solo pescado, en este lugar. Como siempre, con esa mezcla de timidez y educación, asiente con la cabeza y considera que es una magnífica idea. Casa Ayele, pescado fresco.
Salimos hacia Addis por una carretera con un asfalto algo mejor que el de la carretera que nos llevó hasta el Pozo de Sal, áspero y muy agresivo con los castigados neumáticos. Los carros tirados por burros y cultivos de maíz y patata a ambos lados de la carretera nos amenizan durante el trayecto que separa Awasa de Shashemene. Mesfin nos propone acercarnos a los baños termales Wendo Genet junto a la población de Wosha, a unos 14 kilómetros de la carretera principal lo que hará que el viaje no se nos haga tan pesado. Esto provoca que la separación del grupo se adelante y en lugar de despedirnos en Shashemene lo hacemos justo antes de llegar, al pie de una enorme y bien protegida central telefónica. Maite, Esme, Gloria y Paco, acompañados por Kumbi y Kebede, continúan viaje hacia Bale Mountains Nacional Park. La despedida es rápida pero no fría. Todos deseamos una despedida así, por que más que una despedida es un hasta pronto y que disfrutéis del resto, ya nos contaremos. El ruido de los pesados camiones al pasar hace que entendernos no sea tarea fácil. Después de múltiples abrazos que encierran cierto afecto acumulado a lo largo de los días continuamos viaje.
Tomamos un camino de tierra, a la derecha de la carretera para, casi sin darnos cuenta, irnos rodeando de un selvático decorado con altos y preciosos árboles y abundante vegetación. El contraste cromático es muy fuerte. El verde duele y el marrón es intenso y oscuro, como el buen café. El camino se convierte en sendero y este se torna cada vez más intransitable hasta que finalmente, justo a tiempo diría yo, llegamos a unos baños en la base de una suave colina. Por prudencia y para evitar posibles males mayores decidimos no bañarnos y en lugar de eso damos un maravilloso paseo en busca de la fuente termal que nutre con sus medicinales aguas las piscinas. Pagamos 20B a un chico para que nos guíe a través de la maleza, gigantes ortigas y briosos riachuelos que sorteamos a duras penas. Nos cruzamos con un rebaño de vacas que no entienden de cortesía y Marisol, por no retirarse a tiempo, sufre un pisotón de una de ellas que le levanta ligeramente la piel a la altura del tobillo. El pastor ríe con los que le acompañan y a Marisol aunque esto no le hace demasiada gracia enseguida se le pasa. El dolor del pisotón ya es otro cantar y le acompañará al menos un par de días. Por el camino nos salen al encuentro grupos de pequeños que a las órdenes de una chica, algo mayor, entonan para nosotros un bonito canturreo. Realizamos unas tres o cuatro paradas a instancia de nuestro quía donde admirar lo que podríamos llamar postales naturales. Completamente convencidos de lo inútil que resulta intentar captar las escenas con la cámara, fotografiamos con desgana y rápidamente pasamos a embriagarnos con las espectaculares vistas. La llegada a la fuente está precedida por una pequeña humareda que perezosa sale del regato.
—Eight five degree, mister —me comenta el chico.
Cuesta mantener el dedo en el agua, verdaderamente caliente. El arroyo se desliza colina abajo perdiendo temperatura hasta las piscinas donde llega a unos 45ºC.
Volvemos hasta las piscinas y entramos en el hotel donde tomamos unas cervezas y aprovechamos para ir al servicio. Los jardines, muy cuidados, son preciosos y muy coloristas. Disfrutamos de ellos sentados en una recogida terraza mientras escribimos un rato. Camino de las piscinas encontramos a dos niños jugando al ping-pong en una vieja mesa, con unas viejas palas y una deformada pelota. Gustavo juega con uno de ellos que sonríe tímidamente cuando Gustavo exhibe el más letal de sus mates. Les tiro una foto mientras se despiden deportivamente. Algo más abajo entre el follaje de los árboles observamos en silencio un mono capuchino, de pelaje blanco y negro con una larga cola blanca. Cuando llegamos a los coches encontramos a Yonás con una amplia sonrisa después de un reparador baño en las piscinas según nos cuenta. Mesfin nos regala unos colgantes con forma de loros y de vivos colores, uno más de los detalles a los que esta amable y servicial y atenta gente nos tiene acostumbrados.
Volvemos a la cartera principal por el mismo camino por el que hemos venido y llegamos a la central telefónica. De ahí en apenas diez minutos entramos en Shashemene donde paramos a comer en un hotel de la cadena Mekele Molla, cadena a la que pertenece también el hotel de Arba Minch. Elegimos la terraza y antes de empezar a comer comienzan a caer grandes gotas de agua que en apenas unos minutos cambian el color del suelo y nos obliga a ponernos a cubierto junto al café. Tomamos un bistec, pescado, y espaguetis más la bebida incluyendo café por 70B.
Nada más comer volvemos a la carretera, la #6, construida hace unos siete u ocho años por la empresa española Dragados y Construcciones. Esta deja a la izquierda el lago Shalla para un poco más adelante pasar entre los lagos Abijatta y Langano. A orillas del primero el segundo se desdibuja en el horizonte y si no fuera por la certeza de que se encuentra allí, se diría que se trata de un espejismo. Aún lameremos el Ziway y el Koka ambos en la margen derecha dirección Addis. Lagos aparte, la carretera nos deja imágenes de gran belleza plástica dignas del mejor de los documentales. Una vaca yace muerta en la orilla donde una veintena de buitres dan buena cuenta de sus restos. Los buitres, seres medrosos, aletean pesadamente hasta un árbol cercano cuando nos aproximamos para hacer unas fotos. Una vez, cuando niño, me topé de bruces con dos de estas aves que comían los resto de una cabra en lo alto de una loma. Tengo aquel recuerdo muy vivo en mi memoria porque me impactó mucho. Por aquel entonces mi envergadura debía ser más o menos como la de los buitres y tal vez aquella fue la razón por la que ni se inmutaron con mi presencia. Por desconocido me ha llamado tanto la atención esta vez el sonido del aleteo de los buitres en su prudente retirada, que no huída, hasta el cercano árbol. Un poco más adelante se repite la escena cambiando tan solo la carroña, hiena en lugar de vaca. Los buitres continúan en el árbol tiempo después de nuestra marcha y volverán a comer en cuanto lo haga uno de ellos, el más valiente o el más hambriento.
Paramos a comprar unas fresas en un puesto de carretera delante de la primera explotación agrícola que vemos en el tiempo que llevamos en Etiopía. Se trata de un complejo de invernaderos donde se produce la roja y acorazonada fruta. Mesfin nos dice que sus hijos se vuelven locos por ellas. Nosotros también compramos una cesta por 6B. Tomamos un café en el mismo lugar donde hace ya diez días desayunamos por primera vez nada más comenzar este viaje. Continuamos avanzando y pasamos por delante
de un cuartel militar de aviación. Digo esto porque me ha llamado mucho la atención ver mujeres vestidas con trajes militares. No deja de sorprenderme, en un país como este, que la mujer cuente para un estamento como es el ejército. El día se está revelando como un segundo déjà vu y para reforzar esta sensación después de unos cuantos kilómetros pasamos por delante del Aeropuerto Internacional donde aterrizamos procedentes de España vía Fráncfort. Por el ajetreo intuimos la cercanía de la gran ciudad y en cuestión de segundos nos vemos rodeados de un tremendo caos motivado por la hora punta en el tráfico. Poco a poco, con el corazón de nuevo en un puño, profundizamos en las entrañas de la capital, envueltos por la densa humareda que vomitan sin cesar los tubos de escape de los miles de vehículos que nos rodean. El olor a gasoil mal quemado me revuelve. Afortunadamente llegamos al National de Addis antes de que la cosa vaya a más.
El hotel tiene en general muy buen aspecto. Gustavo se encarga de rellenar los formularios de entrada, ayer le tocó a Marisol, y con las llaves de las habitaciones 502 y 506 salimos fuera para despedirnos de Mesfin, Ayele y Yonás. Una despedida mucho más emotiva que la de hace unas horas y más sentida. Me duele pensar que la certeza de que no volveremos a ver a esta gente tan estupenda en todos los aspectos es lo que hace que sea mucho, muchísimo más sentida. ¡Qué coño! es gente que se hace querer muchísimo, en especial Yonás, un niño grande siempre alegre con el que conectas de inmediato. Procuraré no perder el contacto por más que la experiencia me diga que el contacto, al igual que un pequeño charco un día soleado, tiene el tiempo contado.
Volvemos dentro. Nuestro guía para esta segunda parte del viaje ha llamado para decir que hoy no puede vernos y que nos espera mañana por la mañana a la ocho en la recepción del hotel. Gustavo me deja elegir entre las dos habitaciones posibles. Me quedo con la 502. Normalmente no suelo tener suerte en los juegos de azar y la elección de la 502, por tanto, hay que considerarla puramente una excepción. Abrimos la puerta y un amplio pasillo lleva directamente a un salón, calculo de unos treinta metros cuadrados, con tres sofás, mesa de centro, cama supletoria, una terraza y chimenea. A mitad del pasillo hay dos puertas, una a cada lado. A la derecha el baño, con agua muy caliente, y a la izquierda la habitación, con cama de matrimonio, las paredes forradas de madera y los suelos de moqueta, un poco agobiante pero increíblemente espaciosa. El armario ropero ocupa la pared más grande, de unos cuatro metros. En fin, la habitación es tan espaciosa y tiene tanto recoveco que dan ganas de ponerse a jugar al escondite. Desde la cristalera del salón vemos la Avenida Menelik II, a pesar de la hora, muy castigada por el tráfico. Esta sube por una pequeña colina en lo alto de la cual se encuentran el Sheraton y el Hilton, a izquierda y derecha respectivamente, pero esto ya es otro nivel.
Dejamos el placer de la ducha para después de cenar, y así disfrutarlo con tiempo, sin prisas antes de dormir. Tan solo nos lavamos la cara dejando en la toalla la impronta, como si de una sábana santa se tratase, de un duro día de viaje.
Buscamos la calle Churchill con la esperanza de poder comprar algo. Nada más salir del hotel vemos un restaurante italiano con buen aspecto y que retenemos en la memoria como posible opción para cenar. Giramos a la derecha por Asmara Road de la que un poco más adelante nace Desta Damtew para morir en Churchill. Caminamos envueltos por una tremenda nube de humo que poco a poco, a medida que el tráfico cesa, va sedimentando sobre la ciudad y sobre la gente que con mirada curiosa mata el día en las aceras, a las puertas de los comercios o sentados tomando café. A unos dos kilómetros confluimos con Churchill pero lo que vemos no nos gusta nada. A esta altura la calle está sin luz, negra como el pozo de sal. Suponemos que las tiendas están ya cerradas o se encuentran bastante más arriba. Decidimos darnos la vuelta y cenar en el restaurante italiano que vimos cerca del hotel. La vuelta se vuelve angustiosa. De las calles laterales salen indigentes, que se nos echan encima pidiendo limosna, y chicos jóvenes que ven en nosotros la oportunidad de ganar un dinero fácil y que no entienden un no por respuesta. Finalmente, ante nuestra constante negativa, acaban por cansarse y dejan de seguirnos.
Ya en el restaurante nos llevamos una agradable sorpresa cuando el camarero se dirige a nosotros en castellano para decirnos que conoce Barcelona, Madrid, Galicia y ¿Bilbao? Sí, ha dicho Bilbao. Gustavo, tras volver de fumar un cigarro, le pregunta por una pegatina en la puerta del local. La pegatina resulta ser de una asociación para la adopción de niños con la que el restaurante colabora. El camarero ayuda como traductor a parejas, a veces de españoles, que vienen a adoptar. Con el tema de la adopción sobre la mesa, contamos a Luisa y Gustavo nuestro periplo “fecundacional”. Continuamos charlando de la educación de los niños, los problemas en la adolescencia, la camaradería en la madurez y finalmente, para que todo eso sea posible, volvemos a la adopción. Recuerdo que en aquella sobremesa me sentí especialmente bien. Fue muy agradable. Gustavo y Luisa son dos personas que escuchan y esta frase no necesita más adornos. Normalmente, cuando hablas con alguien, notas que ese alguien está pensando en otra cosa, no te está escuchando. Piensa en lo que el dirá luego, en el mejor de los casos, y a veces ni siquiera eso, está pensando en que tiene que llamar a fulanito o que tiene que comprar aquel pantalón que vio el otro día en el centro. Gustavo y Luisa escuchan y una vez has acabado te preguntan, y lo fascinante del tema es que te preguntan cosas que tienen que ver con lo que les acabas de contar. Maravilloso.
Los camareros esperan por nosotros así que decidimos irnos. Pagamos 75B por lasaña, pizza, Mirinda, y cerveza, nos despedimos de nuestro amigo, prometemos volver antes de irnos. De camino al hotel, nos viene a la mente el recuerdo del otro grupo y en especial de Paco. Esperamos que todo les vaya bien. Buena suerte.
Tras una ducha bien caliente escribo estas líneas y hago repaso mental del largo día y los gastos. El día nos ha deparado tristes y sentidas despedidas y de alguna manera se revela como el principio del fin. Comenzamos la segunda etapa con una sensación de plenitud cuando aún no hemos empezado realmente el viaje por el que hemos venido hasta aquí. Lo relatado en estas páginas para nosotros era algo secundario, relleno de la agencia para entretenernos durante dieciocho días. Estábamos tremendamente equivocados y me alegro de que así fuera. Los gastos diarios ascienden a 171B que si los sumamos al acumulado hacen un total de 1.178,75B es decir 58,94Bpd (5,27€pd).
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