lunes, 11 de septiembre de 2006

Déjà vu

Turmi-Konso, ehud 1 de Meskerem de 1999



Asomo la nariz fuera de la tienda de campaña para descubrir una preciosa y fresca mañana. Poco a poco me desperezo y me acerco hasta las duchas para lavarme la cara. Me encuentro con Yonás que gentilmente me cede el lavabo. Por la experiencia acumulada en el poco tiempo que llevo en este país, se que pierdo el tiempo tratando de conseguir que, dado que él estaba antes, sea él quien use el lavabo primero así que comienzo a asearme mientras me explica lo que ayer fui incapaz de entender.

—Yesterday, in coffee, the girl was a business girl —me dice, mentalmente traduzco, business girl, negocio chica, chica negocio... ¡prostituta!
—She goes with you about one hundred birr —aproximadamente diez euros.

Eso es lo que ayer sin éxito trataba de decirme el bueno de Yonás cuando yo insistía en que la muchacha era perfecta para él. Estando ya en España he leído en el libro de Javier Reverte —Los caminos perdidos de África— que es muy común encontrar chicas de paso que se prostituyen en los cafetines de carretera. Recuerdo el método utilizado por Javier, ante la insistencia de las chicas, para quitárselas de encima,

—No, lo siento. Tengo diarrea.

Pero claro, para esto hay que tener un nivel de inglés que yo evidentemente no poseo.

Vuelvo a la tienda. Marisol lo tiene todo prácticamente recogido. Dejamos fuera las bolsas de aseo y nos vamos a desayunar. Ayele ya lo tiene todo listo y mientras nosotros desayunamos recoge, junto a Alfa, su pequeña cocina por última vez. A partir de ese momento, como nos cuenta Kumbi mientras desayunamos, Ayele se dedicará a hacer turismo como un viajero más, en este caso como el viajero número nueve. Es increíble pero a Kumbi, al que imaginábamos con una gran resaca después de la pequeña fiesta de anoche, se le ve fresco y no para de hablar, de contar historias, es un gran contador de historias, y de reír de forma contagiosa según las cuenta. Una de ellas se desarrolla en torno a su papel de actor en el documental —La llamada de África— de Chema Rodríguez,

—Si lo ven, busquen la parte que habla de los matrimonios arreglados, ahí aparezco yo —dice y acaba la frase alzando un poco la barbilla y girando ligeramente la cabeza haciéndose el interesante, compostura que rompe riendo con ganas.

Gustavo aprovecha para recopilar datos sobre su historia, su familia, su época en Cuba, el regreso... material que utilizará en la confección de un artículo dedicado a los etiocubanos en su columna de los miércoles en El Diario de Mallorca.

Por nuestra parte, volvemos a la tienda y cogemos los cepillos y la pasta del neceser y nos lavamos los dientes frente al silencioso cauce seco del río, con la vista perdida intentando imaginar a veinte mujeres hamer sudando, saltando y haciendo sonar sus cascabeles.

Acercamos las bolsas junto al coche para que Mesfin componga ese puzle en el que se convierte el maletero de estos coches cuando se trata de acomodar tiendas, mesas, sillas, equipaje y bolsas delicadas que contienen regalos,

—Don’t worry —me dice cuando le señalo con el dedo mi bolsa del gimnasio y formo, sin pronunciar, con los labios la palabra frágil.

Marisol me riñe por volver a recordárselo. Yo, a modo de venganza, hago que me hable a la cámara, cosa que se que odia.

Kumbi nos propone ir hasta el pueblo caminando mientras conductores y cocinero acaban de colocarlo todo. Excepto Gloria, Maite y Esme, los demás nos vamos dando un agradable paseo por la pista que va desde el campamento hasta Turmi. Como siempre que un grupo de blanquitos pasea, una legión, poco numerosa debido a la hora tempranera del día y a la resaca por la fiesta de la noche anterior, de niños nos cortejan sin cesar. De todos ellos llama mi atención una niña, que carga con su hermano a las costillas y se queda rezagada a mi lado mientras dejo que mis compañeros se adelanten para hacerles una foto. En cuanto la enfoco escapa atravesando el camino de un lado al otro. La persigo con el objetivo y sin estar seguro disparo, una sola vez, manteniendo la trayectoria evasiva de la niña. Espero ansioso a que la cámara memorice la instantánea. Una vez finaliza visualizo la foto en el display asegurándome con el zoom que está nítida. Simplemente perfecta. El camino, de un color marrón ocre, enmarca perfectamente a la niña, su hermano y la sombra que proyectan sobre la pista en su huida lo que confiere a la foto gran dinamismo. Pago el robado con una cantidad ingente de caramelos.

En el centro de Turmi se está montando el mercado semanal. Aún hay pocos puestos pero los que vemos son muy interesantes. Deben de haber intuido nuestra presencia porque en casi todos se vende lo mismo, objetos de deseo para turistas ansiosos por poseerlos. Uno de ellos son los cascabeles que las hamer atan a sus piernas para hacer sonar mientras saltan. Una superstición hindú dice que realizar la primera venta del día es importante porque ella marca el devenir del resto de la jornada, pero al parecer la vendedora de los cascabeles no cree en supersticiones y está dispuesta a perder la venta antes de bajar ni un solo birr. La ansiedad me puede y los compro por 80B que, solo al peso los vale. En el puesto de al lado un niño llama la atención de Marisol,

—Míralo, como un árbol de Navidad lo tienen, no le falta un detalle.

Se empeña, y lo consigue, en hacerle una foto que junto con la del camino a los dos hermanos completan el cupo de fotos magníficas del día. Volvemos a usar los caramelos como moneda de pago y esta vez el niño se sorprende al recibir tan dulce premio, prueba definitiva de que este robado es más robado que el mío.

Los coches nos alcanzan en un cafetín a las afueras de Turmi. Es tradición el día de Año Nuevo que la gente ofrezca un pan realizado en los hornos de las casas de grosor considerable y que está infinitamente mejor que la enyera. Es una lástima que no haya nada con qué acompañarlo y una suerte tener la coca cola cerca de la hora de tragarlo, misión imposible sin el famoso brebaje. Pagamos 10B por los refrescos. Nuestro equipo da buena cuenta de una enyera, llevan ya trabajado lo suyo, y lo que sobra se lo damos a un hombre, que sentado a nuestro lado pide birrs y vende todo los abalorios que lleva encima. Paco le compra un par de pulseras que se quita ayudándose con la tira de cuero de las sandalias de neumático reciclado que calza.

Nos vamos para Konso vía valle de Weito, el infernal valle del que tenemos recuerdos encontrados. Unos kilómetros antes de llegar al restaurante de Weito donde vamos a comer visitamos un poblado de la etnia herbore. Son oromo hablantes, de tez increíblemente oscura, algo normal viviendo en esta caldera, y al menos la niña a la que pagamos para fotografiarla, tienen los ojos claros. Visten uniformemente y entre su bisutería destacan las plateadas correas de relojes que cuelgan lineales sobre su frente y entre decenas de collares de cuentas multicolores que forman un bello arco iris sobre su pecho. Tanto hombres como mujeres lucen curiosos pendientes que me entretengo en pintar provocando su curiosidad y más de una sonrisa. Visitamos, a unos quinientos metros del poblado, un pozo con una bomba de extracción manual, posiblemente instalada por el gobierno o tal vez por alguna ONG. Los niños se pelean entre ellos por mostrar a los farangi la manera de extraer el agua. De camino al coche intento calcular los cientos de kilómetros que este sencillo artefacto ahorrará a lo largo del año a los niños del poblado, sobre los cuales recae la ingrata tarea de portear el agua desde los lejanos pozos.

Continuamos viaje dejando atrás el poblado Herbore hasta Weito, donde paramos para comer. Parar aquí es negar la forma tangible de todo lo que hemos vivido hasta ahora en el viaje. Como si todo hubiese sido un sueño y el tiempo se hubiese detenido en este lugar, nos encontramos comiendo enyera con carne de cabra guisada igual que hace cuatro días, en el mismo lugar, donde nada ha cambiado. Como en una película donde el más nimio de los detalles descarta la posibilidad de que todo sea un sueño, la pequeña hoja de papel donde reza Happy New Year, nos recuerda que hoy no es día 7, si no 11, y que el viaje continúa. Yonás, perezoso, bebe una Mirinda tumbado sobre uno de los asientos de adobe. Aprovecho que ahora están todos juntos para hacerles una foto, un magnífico recuerdo de un equipo de gente, estupendas personas y grandes profesionales.

Maite y Gloria no prueban bocado mientras que Esme y Luisa toman lo mínimo y todas rechazan las barras energéticas que no paro de ofrecer. Los demás comemos, sobre todo para seguir el sabio consejo de Paco, por que vete tú a saber cuándo podremos volver a comer. Mientras nos esforzamos en coger los trozos de carne con la enyera, desde la cocina nos llegan ecos de un ritmo acompasado por voces sueltas. El personal encargado de hacer la comida descansa y sentados sobre grandes barriles color amarillo, improvisados cajones, entonan canciones tribales que desatan el sentimiento africano y a ritmo de palmas arrancan bailes desenfadados con grandes dosis de alegría. No en vano es Año Nuevo y Kumbi, que continúa sin dar muestras de cansancio, salta del asiento y en pocos segundos, arrastrando con él a Gustavo, se unen al grupo entre las risas cómplices del personal. Gustavo con gran imaginación y ritmo deja bien alto el pundonor de los blanquitos.

Pagamos 31B (2,77€) por la comida, la bebida y el café, mientras siguen bailando y riendo. Subimos a los coches para continuar nuestro camino. Posiblemente jamás regresemos a Weito y un sentimiento de melancolía me acompaña a medida que nos acercamos a la salida para tomar la pista hacia Konso, nuestro destino final el día de hoy.

Nuestro coche se para de repente durante una subida muy pronunciada. Hace mucho calor y Paco se refugia bajo un matorral. Kumbi nos compra una bola de incienso para cada pareja a unos niños que no sabemos de dónde han salido. Mientras Mesfin, Kebede y Yonás se afanan sobre el capó con las manos en el motor intentando localizar la avería.

—¿Es grave Kumbi? —pregunta Marisol.
—No. Esto es una cosa que no merece la atención de un ingeniero mecánico —contesta guasón Kumbi.
—¿Se puede arreglar ahora?
—Ahora mismo —y en quince minutos estamos de nuevo camino de Konso.

El flash-back en el que se ha convertido este viaje nos lleva de nuevo al mirador del valle, donde Luisa toma conciencia de que ya no podrá comprar el fusil de madera que vendía aquel niño el día que pasamos por aquí en dirección opuesta, a las terrazas intrincadas que desdibujan la colina y anuncian cultivos intensivos de sorgo, trigo, cebada, algodón, maíz, girasol... Paramos en un alto frente a ellas para hacer unas fotos. La vista es magnífica pero la luz, a estas horas, insuficiente para obtener buenos resultados. Como siempre que paramos en la carretera, a los pocos minutos nos vemos rodeados de niños que nos venden juguetes manufacturados y llamativos collares de color rojo. Compramos dos, Kumbi nos regala un tercero hecho a base de semillas, y un delicado televisor con un sin fin, con imágenes cotidianas, caganet etíope incluido. Dudo que llegue entero a España.

—¡Melkam addis amat! —¡Feliz Año Nuevo! me esfuerzo en decir en amárico a los niños, y por sus caras me cuesta creer que me estén entendiendo.

El gentío se agrupa a orillas de la carretera cuando enfilamos la pista, que en constante bajada, nos lleva hasta la única rotonda y centro neurálgico de la ciudad de Konso. En esa única rotonda, a la izquierda según se baja, se encuentra el St. Mary Hotel ¿nuestro hotel de ensueño por una noche?: decididamente no. De nuevo Javier y la preparación anímica a la que nos sometió frente a los hoteles en África nos evita una fuerte depresión. Ahora, recordando sus palabras, me lo imagino pensando en el St. Mary Hotel mientras nos informa de la precariedad de los servicios en el país. Las habitaciones se reducen a una estancia poco más grande que la cama y un cuarto de baño, donde no funcionan ni la cisterna ni la ducha, y donde suelo y paredes están tan sucios que se confunden. Necesitaremos los sacos sábana para dormir aislados de la ropa de cama y posiblemente nos despertemos con el alba, ya que la raída cortina no es suficiente para cubrir el ventanal que ocupa una de las cuatro paredes. Por lo demás, el sitio es prefecto. Yonás se asoma para ver si todo va bien, e intenta solucionarnos el problema con la cisterna.

Decide cambiarnos la habitación y reparar la avería con más calma. Describir la nueva habitación sería repetirme, así que con borrar lo de que la cisterna no funciona, el resto es lo mismo.

Decidimos dar una vuelta para hacer tiempo hasta la hora de cenar. Salimos del hotel y tomamos la pista de tierra por la que hemos venido todos menos Gloria y Maite que deciden quedarse y darse una ducha. Decenas de niños nos hacen la cobertura durante todo el camino y no paran de hacernos las preguntas de siempre haciendo que nuestro tranquilo paseo al atardecer se convierta en un verdadero tormento. Fotografío la central de telefónica según bajamos y a pesar de la gran antena a un lado del dificio, continúo sin cobertura y en consecuencia sin poder mandar noticias a casa. Un poco más abajo se encuentra el centro de salud. Entramos para hablar con ellos y ver la posibilidad de realizar una visita. Nos dicen que el centro a estas horas ya está sin personal y no podemos visitarlo pero que en Konso, más allá de la rotonda, hay un hospital y que si nos pasamos por allí mañana podríamos visitarlo.

Volvemos al hotel. Aún no es la hora de cenar y hacemos tiempo tomando unos refrescos y unas cervezas. Del bar sale una música estridente y machacona que sin embargo parece animar mucho a la gran cantidad de público sentado en las mesas de la terraza. Kumbi nos encarga la cena con un menú clásico, sopa, pasta con carne, agua y cerveza por 70B (6,26€) No hay mucho más que hacer así que nos retiramos a dormir. Una desagradable sorpresa nos espera al llegar a la habitación, no hay agua. Me asomo al pasillo y veo a Gustavo en la misma tesitura,

—¿Tenéis agua? En nuestra habitación no hay.

Bajamos en busca de Kumbi al que nos cuesta Dios y ayuda encontrar. Continúa celebrando el Año Nuevo y lejos de aflojar el ritmo cada vez está más animado, madera cubana supongo. El caso es que habla con el encargado del hotel quien le dice que en una media hora tendremos agua en las habitaciones. Subimos de nuevo y hacemos tiempo reorganizando las bolsas, haciendo la cama con los sacos sábana y comprobando cada diez minutos si el grifo escupe finalmente agua. Pasados tres cuartos de hora, quince minutos más del plazo estipulado, bajamos de nuevo pero esta vez no encontramos a Kumbi, madera cubana supongo, y le toca a Gustavo dialogar con el encargado, si se puede llamar dialogar a la escueta conversación que mantienen,

—Is possible to have water in the rooms?
—No, water is not possible, not water. Tomorrow morning there will be water.

Nos rendimos y subimos a las habitaciones. Comunico la mala noticia a Marisol que se coge un cabreo monumental. La música no cesa y por primera vez en este viaje deseamos que el generador se detenga de una maldita vez. Pero como dije antes, estábamos sobre aviso y esto no es más que un pequeño contratiempo que tiene la importancia que nosotros le queramos dar. Es año nuevo, nos queda las dos terceras partes del viaje aún y según el capullo del encargado mañana por la mañana nos podremos duchar, todo está saliendo a la perfección.

—¡Melkam addis amat! Mari —le digo a Marisol.
—¿Qué dices? —me pregunta.
—Hasta mañana —miento en la traducción.
—Hasta mañana cielo.

Como todos los días resumen de gastos mientras espero el abrazo de Morfeo, 80B por los cascabeles Hamer, 10B por las dos coca colas, 31B por la comida, 70B por la cena y 2B por la foto lo que hacen 193B. El total asciende a 749,75B es decir 53,55Bpd (4,79€pd).

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