miércoles, 6 de septiembre de 2006

Cocodrilos del Nilo

Arba Minch, maksagno 1 de pagumen de 1998



El día amanece nublado y a lo largo de la mañana se va despejando. Poco a poco el calor aprieta pero sin llegar a ser agobiante. El clima aquí es sensacional. Posiblemente debido a la altitud, unos 1.400 metros, la temperatura es moderada incluso en los coches donde llevando la ventanilla abierta a la mitad es suficiente para ir a gusto. Si te cruzas con otro coche más vale que la cierres a toda velocidad si no quieres darte un buen baño de polvo. Desayunamos en la terraza del hotel y ahora comprendo lo de —maravillosas vistas del parque y los lagos—. A la izquierda el lago Abaya, en el centro el parque nacional de Nechisar, nombre que en amárico quiere decir hierba blanca y que desde aquí, sinceramente, no entiendo porque se lo pusieron. Finalmente a la derecha el lago Chamo. Todo ello a nuestros pies gracias a la posición elevada de esta magnífica terraza. Tomamos tortilla francesa con queso, huevos revueltos, café y té.

Nos informa Kumbi que Mesfin está intentando reparar el coche averiado en el pueblo. Así que al menos hoy tendremos nuevo conductor, de nombre Yonás y con un tremendo parecido a Ronaldhino, el jugador del FC Barcelona.

—Jonás, como el de la ballena —le digo. El se ríe y levanta el pulgar hacia arriba en señal de aprobación.

Saca su móvil y me enseña un colgante de esos que se ponen ahora en los móviles, y que tan de moda estaban en Japón, con la foto, como no, del propio Ronaldhino. Ahora viendo el original y la copia, el parecido nos parece aún más sorprendente por lo que decido referirme en adelante a él como Roni.

Con Roni emprendemos el camino para visitar el parque nacional de Nechisar. Apenas dejamos atrás el pueblo nos metemos por una tortuosa senda entre árboles, de espeso follaje en lo alto y gran cantidad de raíces a la altura del suelo lo que confiere al conjunto cierta apariencia de manglar. La rivera del río Kulfo, el cual atravesamos, lo hace aún más verosímil. El coche oscila de un lado a otro, de socavón en socavón. Poco a poco ascendemos ladera arriba rodeados de una exuberante vegetación que a mitad de camino se abre lo suficiente para mostrarnos unas preciosas vistas del comienzo del lago Abaya. Mientras fotografiamos este soberbio cuadro, en un vano intento de llevarnos unas buenas fotos, unos trabajadores del parque dejan sus picos y palas unos segundos para descansar del duro trabajo en el camino y observarnos, preguntándose que es lo que miramos, que es lo que nos llama tanto la atención de ese telón que por cotidiano a ellos ya no les transmite nada.

Una vez llegamos arriba se extiende ante nosotros una llanura que explica sin palabras el por qué del nombre del parque. Una hierba color amarillo pálido casi blanquecino de unos cincuenta centímetros de alto tapiza la llanura. El aire, suave y cálido, la mece caprichoso y al igual que las extensas tierras de cereal de Castilla se transforma momentáneamente en un mar de suaves olas rodeado por terrosos lagos. La cinta color marrón intenso de tierra batida que forma camino rasga este paisaje tan familiar para nosotros gracias a los documentales de La2. Desde un pequeño altiplano que se extiende hacia la parte del Abaya observamos el lago, aunque sólo en parte, hasta donde nos permite la vista.

Las primeras cebras nos alborotan tanto como a un niño la idea de acudir al Zoo. Por la guía yo diría que son cebras Hartmann pero en mi libreta de notas tengo apuntado cebras de Burchell. En cualquier caso, ahí plantadas entre la hierba que resalta aún más sus rayas blancas y negras nos ofrecen la más desgastada de las imágenes africanas. Tres de ellas en paralelo, frente a mí, en medio del camino y otra más caminando hacia ellas me brindan una estampa inolvidable pero que aún así recojo con la cámara de fotos.

Un poco más adelante vemos, algo lejos, un grupo de unas cinco gacelas de Grant, esta vez si hay consenso, y varias clases de pájaros totalmente desconocidos para mí, pero enormes, tremendamente grandes. Intentamos fotografiar, con poco éxito, este espectáculo. Hecho de menos la cámara de fotos de Santos, sobre todo el zoom, ideal para poder hacer fotos de mayor aproximación que las que podré hacer con la mía. Cuando volvemos hasta el coche Roni me enseña un insecto palo que sube por su pierna. Lo grabo con la cámara de vídeo y cuando ve que he terminado con la mano vuelta, de una simple sacudida se lo quita de encima. Kumbi hace la vuelta en nuestro coche para ir explicándonos lo que ha ido explicando a los otros. Me dice que soy un tipo muy callado, serio y no le falta razón. Pero ahora estoy entregado a la contemplación, concentrado en no perder detalle de todo lo que vemos. Además mis orígenes vascos me hacen introspectivo, si, pero también noble. Así que lo que Kumbi no sabe es que a poco que él cumpla ganará un amigo para siempre. Desde el coche de vuelta hacia el pueblo vemos monos, lagartos y más pájaros.

Comemos en el restaurante Soma, en la parte de atrás, en la mesa a la sombra de las dos que hay. No hay lujos, tan solo sencillez y ganas de agradar lo que para nosotros es más que suficiente. La comida es a base de bandejas y más bandejas de fish cot let. El fish es tilapia, supongo que de cualquiera de los dos lagos, y cot let es la forma de prepararlo, una especie de rebozado suave. El punto se lo da la lima que lo hace aún más jugoso. Una cerveza para mi, St. George Beer, y un coca cola para Marisol por 65B (5,81€). El patio donde comemos está cercado con uralita metálica. Este material a irrumpido con fuerza en el país y poco a poco está desplazando los tejados de paja e incluso las paredes de palos y adobe. No es extraño ver una construcción realizada enteramente de este tipo de uralita algo que confiere cierto aire vanguardista pero que a mí personalmente me horroriza, aunque entiendo que para ellos la uralita sea progreso y bienestar.

Después de recuperar fuerzas tras la comida continuamos con lo previsto para el día de hoy. Nos dirigimos hacia el lago Chamo donde haremos un recorrido en barca para ver las distintas especies de animales que lo habitan. La carretera, que si no me equivoco lleva a Konso, está siendo arreglada lo que nos obliga a realizar el camino por una vía paralela que nos maltrata, algo a lo que poco a poco nos vamos acostumbrando. La nueva carretera es atravesada erpendicularmente por una hilera de piedras aproximadamente cada 10 metros.

—Vaya trabajito el que tenga que poner las piedras —comenta Gustavo y continúa con su reflexión—. Piensa que luego alguien las tiene que quitar, más trabajo aún.

Atravesamos un pequeño bosque no demasiado alto hasta un claro que da al lago. La bandera de Etiopía ondea en lo alto de una vara al lado de una sólida edificación cuadrada con techo de latón. Nos facilitan un chaleco salvavidas de color naranja que me pongo inmediatamente en cuanto veo la pasarela a través de la cual tenemos que acceder a la barca. Auténtica tortura china para los tobillos más preparados, traicionero amarre de palos retorcidos y alguno de ellos sueltos. Aún no entiendo como nadie acabó en el agua. Pasado el susto, hasta la barca, con su lógico movimiento, nos parece más estable.

Esta última sensación de seguridad comienza a desaparecer en cuanto vemos los primeros ejemplares de cocodrilos. Por su tamaño no tendrían ninguna dificultad en partir el bote en dos si no fuera porque están más que bien alimentados, intenta tranquilizarnos Kumbi. Bromas aparte son de un tamaño descomunal, según la guía algunos miden hasta siete metros. Se les presupone gran valor a las aves que se afanan en retirarles los restos de alimento de sus bocas abiertas en un inmóvil ángulo de unos 35º.

Bordeamos el lago desde el agua en busca de los hipopótamos de los que apenas vemos las cabezas y que nos regalan algún que otro gesto de bostezo. A estos, son muy territoriales, mejor no molestarlos. Vuelvo a echar de menos la cámara de Santos y me conformo con sacar fotos generales, eso sí preciosas: una primera línea con las cabezas de los hipopótamos, más atrás los codrilos en una fina lengua de tierra con sus bocas abiertas, cogiendo temperatura con los últimos rayos de sol, al fondo los pelícanos y demás aves que pueblan el lago.

Volvemos cuando ya el sol comienza a descender y la luz se torna tan especial. Nos cruzamos con dos barcas de turistas, que como nosotros supongo que van a importunar a los hipopótamos y demás residentes. Llegando al embarcadero vemos una pequeña barca con dos pescadores que para nuestro horror colocan las redes dentro del agua. Una vez más, Kumbi nos recuerda lo bien alimentados que están los cocodrilos en este lago.

Dejamos atrás el lago y deshacemos camino hasta el pueblo. Paco comenta a Kumbi que la guía recomienda una visita al poblado de los Dorse, a unos 36 kilómetros de aquí. Nos dice que no tenemos tiempo material ya que aquí esos kilómetros significan una hora y media larga si no dos. Además hay que revisar los coches y tanquear, como Kumbi le dice al hecho de repostar combustible.

Nos arreglan el tema de la ducha a lo grande, cambio de habitación justo en la otra punta del hotel, habitación #28. Junto a nuestra nueva habitación hay una docena de tiendas de campaña preparadas, lo que nos da idea más o menos de cómo serán los cuatro días de camping que nos esperan. Después de cambiar las maletas volvemos a recepción. Habíamos pensado ir al pueblo a dar una vuelta aprovechando la poca luz que queda. Paco y las chicas deciden quedarse en la terraza del hotel jugando unas cartas así que persuado a Marisol, Luisa y Gustavo para dar un rápido paseo antes de cenar.

Nada mas salir del hotel nos convertimos en el centro de atención de los niños que al vernos salen de sus casas, como alma que lleva el diablo, hasta nosotros para acompañarnos unos metros tras los cuales se vuelven con el dulce sabor de unos caramelos en la boca y las manos prietas evitando así que ninguna golosina se despiste. Llegamos hasta la avenida de las farolas, aún sin encender pese a la oscuridad reinante, y la mediana donde decidimos dar la vuelta. En mucho menor número nos continúan asaltando los niños, unos jugando con el aro, juguete que nosotros tan solo conservamos en nuestra memoria, otros cargando grandes bolsas o bidones de agua. Entramos en el hotel con cierta dificultad cuando ya es noche cerrada. Paco, Gloria, Esme y Maite juegan a las cartas en una mesa de la terraza. Nos unimos a ellos, y Gustavo y Yo nos pedimos unas cervezas.

Cenamos un poco después y al igual que ayer cuando vamos a pagar nos cobran solo las bebidas. Hoy decidimos que Gustavo, el que mejor habla inglés de todos, pregunte a la chica si está segura que no hemos de pagar la cena.

—It’s include with room, sure! —nos contesta con cara de impotencia al ver que una y otra vez insistimos en pagar.

Está bien, no se hable más. Pagamos las bebidas, no recuerdo quien, y nos dedicamos a criticar la actitud de un grupo de extranjeros que en un corro cerrado cantan, hablan de manera ordenada, escuchan con exquisita educación, incluso levantan la mano para pedir su turno. Por Dios, ¿pero qué es esto? Para un grupo de españoles que cuando hablamos parece que estemos discutiendo y que somos escandalosos de por sí nos parece raro, muy raro. Solo espero que no lleven su aburrida fiesta más allá y la exquisita educación que muestran aquí se evapore a medida que beben cerveza, porque tienen toda la pinta de ser nuestros vecinos, los de las tiendas de campaña. Apuramos sin demasiada ilusión la sobremesa hasta que nos rendimos al cansancio, acumulado durante todo el día y cada vez más evidente, y nos vamos a dormir.

Precioso día lleno de inolvidables instantáneas que tendremos que llevar con nosotros el resto de nuestras vidas. Al igual que los ingenieros de la fórmula uno a veces se equivocan con la elección de los neumáticos, nosotros, yo, he fallado, y de que forma con la elección de la cámara de fotos. No importa, quien quiera verlo mejor que venga. Con fotos, mejores o peores, hacemos un flaco favor a estos magníficos paisajes de verde intenso y agua turbia, de sabana castigada por el sol, de viva naturaleza salvaje y libre, de rojos atardeceres que viran a naranja cuando reflejan un sol que ya no es posible ver. Insisto, quien quiera disfrutar de todo esto que venga.

Hoy el gasto asciende a 65B que sumado a lo de ayer hacen un total de 125,75B, 31,44bpd (2,81€pd). Solo llevamos dos días aquí y empiezo a preguntarme, viendo el fajo de billetes de 100B que asoma de mi neceser, si no habremos cambiando demasiado dinero. Por si las moscas, pongo a buen recaudo el justificante de cambio de moneda que nos dieron en el banco.

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