viernes, 15 de septiembre de 2006

Lucy in the sky with diamonds

Addis, hamus 5 de meskerem de 1999




Despierto como se despierta uno tras un bonito sueño que aún paladeas en la memoria reciente. Me acerco hasta el salón. Corro las pesadas y tupidas cortinas recién estrenadas para descubrir un cielo plomizo y feo que no presagia nada más que lluvia. Mirando hacia abajo me doy cuenta que el presagio, efímero, es ya una realidad y hace que Asmara Road y la avenida Melenik II brille bajo una fina capa de agua que se precipita suavemente desde el cielo. Viandantes y el pesado tráfico soportan y se soportan y de los primeros, unos pelean por avanzar entre la marea de paraguas, los otros esperan con resignación la llegada de otro autobús atestado que les llevará hasta sus destinos finales. Nosotros por nuestra parte, ya aseados, bajamos a desayunar a la cafetería del hotel. Se encuentra situada más allá del lobby en un entresuelo desde donde las vistas, por debajo del nivel de calle, dan hacia la entrada de los suministradores, feas y sin ningún atractivo. No obstante, y esto es importante, el desayuno continental a base de zumo natural, delicioso café y rebanadas de pan de molde convenientemente tostado para acompañar los huevos en mi caso y la omelet en el caso de Marisol, nos sabe a gloria. Finalizado el desayuno pasamos al lobby donde esperamos sentados en los envolventes sofás, de los que se me antoja complicado zafarse una vez te abandonas a su opresivo abrazo, a que venga el guía.

Negase, en adelante Rey, traducción directa del amárico, nos recoge en el hotel con una Nissan Vanette y su correspondiente chofer. Alto y delgado con estructura ósea muy marcada, anchos hombros, pelo rizado y arreglado y una cuidada perilla con la que juguetea constantemente. De gestos tranquilos y elegantes viste una llamativa camisa suelta con detalles marrones y líneas negras sobre una inmaculada camiseta blanca, pantalones de pana gruesa y botas tipo Panama Jack. Me causa una fantástica impresión y su máxima "si se puede hacer lo haremos", es una máxima que comparto y como cliente me agrada. Rey es otro chico de la guerra, al igual que Kumbi, pero con más mundo. Ha estado en cuba unos 10 años, medio en Argentina y algún tiempo en Angola.

Nos lleva como primera visita a la catedral de St. Jorge, patrón de Etiopía, inseparable de su dragón y a quién está dedicada esta construcción profusamente decorada con motivos en escayola, vitrinas y frescos. La visitamos descalzos, según costumbre ortodoxa, tiene bancos, algo que no es lo normal según Rey y que descubriremos los próximos días, y unos tronos tallados en madera donde se sentaban los reyes durante los actos ceremoniales.

Durante la tranquila visita Rey nos cuenta una historia: Dios creó al hombre del barro. El primer intento lo coció demasiado y el hombre le quedó bien prieto...

—¿Qué significa prieto? —pregunto.

—Prieto es como le dicen en cuba a los negros muy negros —me contestan Rey y Gustavo casi al unísono.

A dicho hombre bien prieto lo puso en África. El segundo, intentando evitar el fallo de la primera vez lo coció mucho menos y le quedó blanco y lo puso en Europa. El tercero ya con la práctica acumulada en los dos intentos anteriores lo hizo perfecto, en su justa medida, y a este lo puso en Etiopía. Es por esto que el color de la gente en Etiopía es el color más bonito del mundo.

A la izquierda descubrimos vitrinas con escenas del Antiguo Testamento. Giramos hacia la derecha dejando en el centro las que repasan a los apóstoles. Rematan la composición las dedicadas a la intensa vida de Jesús. Vemos la tumba de Haile y su mujer, en un lateral, de granito oscuro y unos dos metros de alto rematadas de igual manera que los obeliscos de Axum, según Rey signo de identidad de dicho reino.

Ya fuera del templo vemos a la gente que besa los marcos de las puertas y apoyan sus cabezas con gran devoción antes de entrar. En los alrededores los curas deambulan entre los fieles y acercan sus cruces, principalmente de plata aunque también las hay de madera, a los fieles quienes las besan acompañando el acto con una pequeña genuflexión.

Tomamos nuestro vehículo para dirigirnos hasta el Mercato. Según la guía es el más grande de África, y esto lo convierte en el más grande de Etiopía. De camino paramos en un banco para que Gustavo cambie dinero. El Mercato nos recibe con unos feos nubarrones que dan un carácter más severo a la fina llovizna que nos lleva acompañando a lo largo de la mañana. Alterna el caos a pie de calle con edificios en construcción de gran altura, para lo que es la media, que intentan modernizar el aspecto general.

—No tenemos que olvidar —nos dice Rey— que Addis es la sede de la Organización para la Unión Africana OUA desde 1963 y que la ciudad ofrezca aspecto de modernidad es muy importante para nosotros.

Tras un breve paseo por el exterior desde el parking hasta el centro del mercado, nos precipitamos hacia el interior de los edificios donde, en puestos sin acotar, se amontona el producto. Ropa, zapatos, complementos... montañas que son una tentación y donde las manos de los que buscan se zambullen una y otra vez y emergen con un zapato, un camisa, bisutería al peso... que seguramente se descarten para volver a rebuscar con la esperanza de que esta vez su mano de con el objeto que cubra su necesidad básica a un precio económico.

Fuera de estos edificios las pequeñas y agobiantes tiendas se alinean perfectamente ordenadas por zonas en función del género que venden, género que tapiza sus paredes hasta el techo, el cual se adorna con espejos en un intento desesperado por dar sensación de amplitud a sus no más de veinte metros cuadrados. Entrar en una de estas tiendas significa regatear sin piedad. Rey observa cauto y se mantiene al margen en nuestro primer intento de regateo, materializado en forma de un precioso mantel, sin servilletas, y que bloqueamos apenas comenzar en 200B/270B por dos piezas. Luisa y Marisol se encuentran muy frustradas a la vez que ofuscadas con la compra de los manteles por lo que propongo cambiar de palo y dirigirnos a la zona de las tiendas que venden artesanía. Como compradores compulsivos que somos, comprar es una droga y siguiendo con el símil podemos decir que ahora mismo estamos con el mono. Tenemos la necesidad de comprar algo, meternos la dosis que hará que nuestro cuello se relaje y nuestro cuerpo comience a sentir ese bienestar consecuencia de haberle aportado justo lo que necesitaba. Por 120B obtengo tan agradable sensación y una pareja de figuras étnicas que tanto gustan a Marisol. Mi vendedor es un hombre ya mayor, muy agradable y con el cual regatear se convierte en una actividad distendida lejos de la confrontación directa que acabamos de dejar en la sección de mantelerías. Aprovecho la racha y adquiero dos familias, una sin pintar y la otra con bonitos colores crudo y rojo sobre los cuales se dibujan figuras geométricas en negro, ambas por 60B. Gustavo y Luisa muestran interés por mis familias y me ofrezco de intermediario frente al simpático tendero que les vende dos familias más. Mi comisión por este pequeño negocio se materializa en un pequeño elefante bicolor y dientes asimétricos. Marisol por su parte adquiere unas bonitas cestas cerradas de colores rematadas con pequeñas caracolas blancas dos puestos más allá como regalo para sus hermanas y dos cestas abiertas perfectas como paneras de color tostado con bonitos dibujos geométricos en marrón oscuro una de las cuales fijamos como regalo para Raúl e Ilde. Nuestras endorfinas se disparan y avanzamos con la vista perdida, moviendo la cabeza de un lado para otro, queremos más, no vemos el momento de parar. Miramos el reloj y la aguja completamente loca gira a velocidad de vértigo, nos entra el agobio, nos falta el aire y el tiempo lo minimizamos irracionalmente. El gusano del consumismo nos ha infectado y sus síntomas nos debilitan y nos hacen vulnerables. Necesitamos un café.

Entramos en Wanza Café una cafetería cuya decoración moderna nos sorprende. Una chica nos invita a sentarnos con un ligero movimiento de cejas. Rey le dice algo en amárico y ella no puede evitar sonreír tímidamente. No sabemos que le ha dicho y tampoco tenemos la suficiente confianza con él para preguntárselo, al menos de momento. Tomo uno de los mejores cafés que he tomado en mi vida, dejando aparte los italianos de Portugal ya que opino que ambos cafés no son comparables. Tras un pequeño reposo acompañado de una agradable conversación volvemos a la carga. Luisa y Marisol, lejos de olvidar los manteles, han estado hilvanando la táctica a seguir en este inevitable segundo asalto. Tantean el terreno y entran en un par de tiendas para preguntar precios y comparar. Tras un reducido muestreo deciden volver a la primera tienda. Rey, durante el camino, les explica que una buena forma de regatear es poner encima de la mesa el dinero que tú pagarías por el objeto que deseas comprar. Siguiendo su consejo Marisol deposita sobre el mostrador 200B, 220B, 250B... miro a Rey y sin hablar pregunto ¿qué pasa? El me responde con una mirada de desconcierto que no acierto a interpretar. La situación se bloquea por segunda vez en 250B/270B pero ahora nuestro orgullo está herido de muerte. Gustavo, representando a la perfección su papel de ultrajado comprador, nos insta a abandonar la tienda de manera definitiva. Luisa y Marisol, cuyo umbral de orgullo está algo más bajo que el nuestro permanecen en el interior, suplicando la ansiada muestra de humanidad por parte de los pétreos vendedores. Mientras esperamos fuera, se acerca hasta nosotros un señor de avanzada edad elegantemente vestido que sin demasiado éxito, no habla inglés, intenta conversar con nosotros. Ve las figuras étnicas que llevo y con gran dificultad me dice, y creo entenderle, que son de la etnia Gambela, etnia que habita al oeste del país junto a la frontera con Sudán. Gustavo fuma cuando comienza a llover con fuerza y poco a poco la calle se va abnegando. No puedo resistirme a grabar el chapoteo del agua de lluvia sobre el agua acumulada y las lánguidas miradas de los vendedores que tenemos en frente. Llueve muchísimo pero la gente ríe, está contenta porque la lluvia es buena y espanta demonios que en estos países siempre están presentes. Es la diferencia entre el bienestar, no la definición —primer mundista— del término, y la hambruna.

La lluvia nos da una pequeña tregua y cesa al contrario que el interés de Luisa y Marisol por los manteles, lo que hace que continuemos tanteando por el mercado otras tiendas en busca de precios más bajos. Rey comenta que por los precios que nos piden en todos los comercios donde entramos, se ha debido correr la voz por el mercado de nuestro interés por la mantelería etíope. Finalmente desisten al mismo tiempo que la lluvia arrecia. Parece claro que si hoy acaban comprando los manteles no lloverá cuando lo hagan. De soportal en soportal entre la gente que se agolpa buscando un refugio avanzamos hacia el coche. Las calles se han convertido en caudalosos torrentes de agua que arrastran toda la suciedad dejándolas completamente limpias. Supongo que los tejados están siendo sometidos a la misma suerte si tenemos en cuenta el agua que se precipita en ligera parábola hasta la calle desde los rotos canalones.

Con las perneras de los pantalones empapadas llegamos al coche. Nos dirigimos a Rico’s, un restaurante de comida para blancos donde solo hay etíopes adinerados con trajes caros y complementos con un reluciente color dorado. Abundan también las parejas de chicas vestidas a la última y con unos cutis de aspecto sedoso que provocan admiración en Marisol. El restaurante ofrece carta y menú del día consistente en una sopa de puerros y un segundo a elegir. Marisol pide una parrillada de pescado y yo de pollo. La comida es buena, aunque Marisol, menos tolerante al picante que yo, se queja de lo muchísimo que pica su segundo. Café, ni punto de comparación al del Mercato, y bebidas de rigor por 85B. Saco una foto de un curioso botellero con forma de racimo donde los culos de las botellas hacen las veces de uvas. Muy original.

Después de comer, a eso de las tres de la tarde, visitamos el Museo Arqueológico Nacional en cuyo interior se encuentra, entre otras cosas, una ilustre huésped. Se trata de Lucy, nuestro antepasado más antiguo, por el momento, de 3,5 millones de años. El título de este día hace referencia a la canción de los Beatles que le puso nombre. Fue descubierta en 1974 por Donald Johansson y Tom Gray Johansson en Harar. Según nos dice Rey, y confirma la guía, lo que se ve bajo la frágil vitrina del museo no es más que una réplica en escayola de aquellos huesos que se encontraron en Harar, guardados a buen recaudo en la cámara fuerte del museo. Que lo que veamos no sea más que una copia da lo mismo, como dice Rey si tienes fe, lo crees. Los etíopes la conocen como Denkenesh que en amárico significa: Eres maravillosa. En el museo se muestra también una copia de las estelas de Tiya, monumentos funerarios al igual que las estelas de Axum, de las que vemos una enorme foto en una de las salas del museo, y los Waka de los Konso. En la parte de arriba, el museo muestra una amplia colección de objetos de las diferentes tribus de Etiopía. Algunas de ellas nos resultan tremendamente familiares mientras que otras son completamente nuevas para nosotros. Vemos todo tipo de utensilios, vestimentas, abalorios... hay collares exactamente iguales a algunos que llevamos en nuestras maletas de recuerdo.

Mientras damos la vuelta a esta planta retumba sobre nuestras cabezas el agua de la lluvia que vuelve a caer y golpea con violencia en la claraboya que ayuda a la pobre iluminación de la sala. Finalizamos la visita viendo una exposición fotográfica realizada por un equipo de la televisión etíope mientras rodaba un documental de las ceremonias de las tribus del sur. La reportera, omnipresente en todas las fotografías roba protagonismo a los verdaderos protagonistas razón por la cual la exposición me parece pobre con falta de rigor profesional y muy chovinista.

El agua que sigue cayendo, la amplia muestra de cultura étnica que hemos visto en el Museo Arqueológico y la hora hace que descartemos por unanimidad la visita al Museo Etnográfico y en su lugar decidimos acercarnos hasta Piazza, zona de tiendas que se extiende alrededor de la plaza del mismo nombre. Andamos por una calle donde todos los locales sin excepción están dedicados al negocio de las joyas. Las chicas no pueden evitar entrar en un par de tiendas para tantear precios, curiosear y probarse alguna que otra joya. Marisol ve una pulsera que después de mirarla y remirarla no le acaba de convencer. Dejamos atrás la tienda de las joyas y un poco más abajo entramos en una calle cuyos locales están dedicados a la artesanía. Cuál es nuestra sorpresa cuando en una de ellas vemos los malditos manteles. Inmediatamente comienza el regateo, con la esperanza de que la voz que corrió como la pólvora en el Mercato no haya llegado hasta aquí. Por fortuna esta vez culmina la compra y el mantel, las servilletas y una enorme sonrisa fruto de la satisfacción en Marisol nos cuestan 150B. De alguna forma nuestro orgullo ha quedado resarcido en proporción inversa a la merma de nuestra resistencia física y sobre todo, maldito regateo, mental. Estamos exhaustos, agotados y debilitados pero contentos. Nos vamos para el hotel.

Durante la hora siguiente nos dedicamos a preparar la maleta que dejaremos en el hotel, la que llevaremos con nosotros hacia el norte y la bolsa de regalos dentro de la cual colocamos todos los presentes no sin cierta dificultad. Hago un alarde de capacidad organizativa y como si de un puzle tridimensional se tratase acomodo todos y cada uno de los objetos hasta lograr que encajen perfectamente. Tan solo queda un detalle, escribo en una hoja de papel la palabra frágil y la ato a las asas de la bolsa. Listo, ya podemos ir a cenar.

Repetimos en Mon Amour. Al entrar, el camarero nos recibe con gesto de cierta sorpresa que torna en una cálida sonrisa para finalizar con unos delicados guiños de bienvenida e invitación a tomar asiento en nuestra mesa de ayer noche. De no ser por la reacción de sorpresa inicial, uno pensaría que la mesa ha pasado el día esperando por nosotros. Se interesa por nuestra visita a Addis y por lo que vamos a tomar. Un pequeño resumen del día da paso a la pasta carbonara y pizza napolitana que devoramos acompañadas de coca cola y cerveza. Hoy no hay ganas de sobremesa así que pagamos, 62B, y destemplados nos vamos para el hotel. La noche es fría, Addis se encuentra a 2.300 metros de altitud, y húmeda, no ha parado de llover en todo el día, y si hay una palabra que define al restaurante Mon Amour esa es cálido, en trato y en ambiente, razones todas ellas que explican el tembleque que me acompaña hasta el mismo umbral del National.

Addis como ciudad nos ha parecido un mero trámite. Es cierto que solo ha sido un día, y es cierto que el tiempo no ha estado de nuestro lado, pero tengo la impresión que poco más puede ofrecer al viajero. La Catedral oculta bajo una enorme cortina roja su más preciado tesoro, fuera de alcance de miradas curiosas y el Museo Arqueológico aunque muy interesante podría ofrecer mucho más de no encontrarse limitado por la precariedad en las instalaciones. Por último Mercato, Piazza, Churchill St. lugares donde te puedes desquiciar y perder la razón por comprar un mantel y unas servilletas que seguramente no necesitas, y que de usarlo lo usarás en contadas ocasiones.

Hemos gastado 330B en recuerdos y regalos y unos 147B en comer lo que asciende el total diario a 477B, todo un record en lo que va de viaje. También asciende el diario por persona y día a 75,26Bpd (6,73€).

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